domingo, 15 de febrero de 2009

Rumbo al Gabinete Oscuro I


Viernes.

Monserrat. El barrio de Monserrat con su bohemia me abrió sus puertas de pensiones donde viven inestables almas como la mía.
Esto es como un bote, esto es como un barco, un día se está en un puerto, otro día, en otro.
En una pensión, que está sobre la calle México, pero cuyos datos obviamente no daré para resguardar a una reina poderosa, vive Víctor –la reina poderosa –, quien por las noches es Madame Olympe de Gouges.
Un amigo suyo me recibió en la puerta de entrada, que dijo llamarse Apolo. –Otro personaje con sobrenombre –pensé.

Antes que Apolo me invitara a pasar, tuve que mandar un mensaje de texto por mi celular al celular de Madame Víctor, avisando que estaba en la puerta de calle, ya que las pensiones carecen de un portero eléctrico.
–Hola –me dijo. –Soy Apolo, un amigo de Víctor, él está arriba probando algunas cositas. Subí.
Mientras subíamos las escaleras, pensé que Apolo era un buen nombre para un muchacho como ese. De más está decir porqué.
En el descanso de las escaleras se nos acercó un muchacho rubio con una cámara de foto profesional.
–Hola Nico –lo saludó un Apolo sonriente.
–Tengo todo listo, ¿está? –Dijo el fotógrafo.
–Cambiándose –respondió Apolo.


Luego entramos los tres a la pequeña pieza de Víctor.
Nuestro anfitrión estaba sentado a la mesa reflejándose en un espejo redondo. Gracias al reflejo, podía aplicarse el maquillaje en los párpados. Estaba envuelto en una bata, y el capullo andrógino se sentaba en un banco. Poco a poco abandonaba su naturaleza viril, para metamorfosearse en una hembra humana.
–Mariposa, acá te traigo dos amigos –Dijo Apolo haciendo una reverencia mientras nosotros ingresábamos en el pequeño cuarto.
– ¡Hola! ¡Viniste! –Exclamó mientras se incorporaba para saludarme. Con la misma euforia plumífera saludó al fotógrafo. Nos sentamos en la cama.
–Discúlpenme, me agarraron justo con mis lociones y pociones cosméticas. ¡Qué sería de mí sin esta porquería! ¡Sin estos brillos y cremas patinosas, sería el triste y solitario Victor! ¡Pobrecito Victor! ¿Qué sería sin mí? –exclamaba mientras acariciaba tiernamente, la superficie helada del espejo. –Encerrado en el cristal. Pero te llevaré conmigo, pues me caes simpático. –Levantaba el espejo y la voz tomaba un timbre femenil. Nico comenzó a fotografiar. Era lógico, pues estábamos presenciando el nacimiento de Madame Olympe de Gouges. Las poses de diva merecían ser retratadas y el fotógrafo no dudó un momento en hacerlo.
– ¡Mi querido Victor! El único hombre que amo ¡Mi príncipe único, mi caballero andante, mi paladín preclaro! Tú me rescataste del terrible sino que se alzaba sobre mi vida. ¡Mi triste vida! Yo era una señorita aseñorada, yo era una joven avejentada; triste yacía yo, en la soledad del mundo, sin un amigo, sin un hermano que me prodigara amor y afecto. Pero llegaste tú, en tu caballo alado y viniste a rescatarme. A mí.
Me abrí como la rosa, en el tiempo justo. Aquí estoy, mi amado Victor, ¡yo soy Selene!. Gracias a tu poder, palpito, y si, por la cara de la luna en la que estás resguardado, desapareciera tu fulgor, entonces sabré que he muerto, porque somos uno mismo hermano mío. Somos ambos dos mitades de naranjas que se habían perdido en un mercado de barrio, ahora reencontradas en una fruta jugosa. Una circunferencia perfecta. Un planeta tierra donde crece la vida como jardín edénico. ¡Te debo la vida por haberme rescatado del pozo de dolor en el que estaba oculta!


Y culminando su pequeño monólogo, unió sus labios con la boca de la imagen copiada en el espejo, y pareció que el clon de cristal era Victor que se asomaba como a una ventana redonda.
¡Bravo!, aplausos, fueron el saludo a Madame. Gracias, dijo Madame, ¿qué desean tomar? ¿Mate, café, cerveza, whiskey, ginebra, té, leche chocolatada, tequila, vodka, café con leche, mate con leche?
–Para culminar esta hermosa tarde y empezar la noche, quiero una ginebra –Dijo Nico.
–Apolo querido, sírvenos mate en el viejo porongo* –Dijo madame con aire señorial. –Dispensen, a falta de otras infusiones y bebidas, tomaremos, si no les molesta, el tradicional y comunitario mate argento.
–Es lo que quería tomar –respondió Nicolás.
Madame se acomodó en su silla nuevamente para mirarse al espejo y probarse unas pelucas, al tiempo que me hablaba.
– ¿Y princesa? ¿Qué hay del príncipe que te tiene atrapado en tu propio sueño?
– ¿Leíste mi blog?
–Sí y sumado a lo que me referiste personalmente, aquel día en el bar, ¿te acordás?, no pude evitar tomar algo de vos. Soy media camaleónica.
–Sin duda –respondí admirado por las más extravagantes pelucas.
Hay de muchos tipos para adornar la cabeza. Las hay elevadas como torres; afros de distintos colores; platinadas y lacias; con trenzas, morochas o rubias. Madame eligió una que tenía como dos cuernos, dos conos que de sus puntas se desprendían dos mechones ondulados de pelo.
–Hermosas ¿no? Un día de estos te invito a probarlas. Es muy divertido hacer esto.


Apolo se sentó al lado de Nico.
– ¿No es hermoso, mi amigo Apolo? –me preguntó.
–Claro que sí. Hace honor al nombre que ostenta –respondí.
–Es soltero. Todavía no encuentra su Jacinto, aunque a veces suele intimar con Nico.
–Para qué esperar a alguien que va a morir –acotó Apolo.
Madame rió.
–No te veo esperando a un Jacinto. Más bien, pienso que te iría mejor ese nombre al de Apolo.
– ¿Por qué?
–Te noto bastante femenino. No creo que Jacinto hubiese tomado una posición activa –respondí.
–Eso no lo podemos saber. Apolo y Jacinto se amaban.
–Y no importa lo que parezca, cuando dos se gustan, se gustan y no hay que preguntar –intervino Nicolás, mirando sonriente a su amigo Apolo.
–Muy interesante charla –interrumpió Madame –pero no compliquemos las cosas porque temo nos perdamos en un atolladero mental del cual no podamos salir. Lo importante de todo esto es que en la cama no importan los roles.
– ¿Quiere decir que Nicolás también opta por ser pasivo? –pregunté asombrado.
–Es lo que más disfruto –Rió Nicolás y Apolo se le tiró encima para quedar atrapado entre sus brazos.


Nicolás es un tipo corpulento, más grandote que Apolo. Tiene el pelo largo, barbita desprolija y fuertes brazos.
–Él es Nicolás –dijo Madame. –Lamento no haberlos presentado. Él vive a dos cuartos del mío, es fotógrafo y fue filósofo alguna vez. Pero ha querido que el destino nos encontrara en este sucucho y he aquí que Nicolás halló en el Gabinete Oscuro, su verdadera pasión. Creo que por ella está dispuesto a morir.
– ¿Qué es el Gabinete Oscuro? –Pregunté.
–Ya lo preguntaste la primera vez que nos vimos, ¿recordás? No te impacientes, dentro de unas dos horas estaremos allí. Comeremos allí, beberemos allí, bailaremos allí y encontraremos lo que buscamos… allí.
El último “allí” de Madame sonó como un misterioso retraso de la “y” acompañada de una mirada con el mismo tono: afinada e inquisidora.
Luego Apolo se retiró para traer el mate y mientras tomábamos la infusión y charlábamos, Madame empezó a desembolsar unos trapos. Eran vestidos que comenzaban a perder su opacidad. Ganaban brillo las lentejuelas bajo la bombita de luz de la pieza.
–Hoy me vestiré con este –Y sin prestarnos atención, como ensimismada en el resplandor del vestido, se dejó caer la bata, que se deslizó acariciando su cuerpo, y completamente en pelotas, comenzó a montarse el vestido.
Era un vestido ajustadísimo tipo femme fatale: negro, con el dibujo de una hiedra en lentejuelas que partía de su cintura y se cruzaba con retorcijones hasta llegar al hombro derecho. Por detrás el vestido tenía una abertura en “v”, que dejaba ver su hermosa espalda.
–Este es el que llevaré –Dijo y remató su transformación con la peluca de dos cuernos.
–Apolo querido, los demás vestidos hay que devolverlos.
Apolo embolsó los que estaban sobre la cama y preparó otras cosas, otras bolsas, y acomodó los cosméticos de Madame.
–Podría maquillarme allá –Me dijo. –Pero quiero salir así a la calle, aunque no con el vestido.Se volvió a desvestir y se puso una ropa cualquiera.

Me anunciaron que pronto nos iríamos al Gabinete Oscuro.

-



*Porongo: recipiente donde se toma el mate.

viernes, 13 de febrero de 2009

VICTOR

Martes 3 de febrero de 2009

Ayer lunes estuve paseando por el barrio de Once, mirando algunas cosas. Estoy con la idea de hacer algo con una tela que me inspire y por este motivo caminé por las inmediaciones de Lavalle y Pueyrredón. En este caminar conocí a alguien que me pareció re pero re pero re pero re copadooooo.
Su nombre es Víctor y lo conocí cuando, en una vidriera, nuestros ojos se encontraron en el reflejo del cristal.
–Hola –Me sonrió.
–Hola –Le contesté.
– ¿Mirando qué comprar?
–Sí, mirando algunas telas para una remera que me quiero hacer. ¿Vos?
–Justo lo mismo que vos, sólo que no quiero hacerme una remera sino un vestido.
– ¿Un vestido? ¡Genial! ¿Y lo vas a hacer vos?
–Me va ayudar un amigo. Él sabe hacer este tipo de cosas, yo le doy las ideas.
–Te gusta disfrazarte.
–Me gusta travestirme, de eso intento vivir. Me monto y me desmonto y hago una especie de Chow por la noche. Así que ahora, que es de día, me conocés como Víctor pero por la noche aparece Madame Olympe de Gouges.
– Qué nombre raro.
–Ajá. Pero ¿por qué no vamos a tomar algo o a comer algo por ahí? Ya es mediodía y tengo un poco de hambre. Además no sé vos, pero ya estuve recorriendo bastante.

Acepté y nos dirigimos al primer barcito que encontramos. Mientras pedía su bebida y su comida, una vez que ya estábamos sentados y acomodados en nuestras respectivas sillas, lo observé. Es un muchacho hermoso, como después supe, de veintitrés años; alto, de pelo negro y ojos igualmente oscuros, de un marrón oscuro; es blanco y lampiño, por lo menos en el pecho no se esboza ningún indicio de vellosidad, ya que su remera de escote pronunciado deja ver lo desnuda que está su piel de pelos. Tiene los labios finos, de un rosa brillante, y son muy expresivos a causa de una notable elasticidad.
Los movimientos que hace con las manos y los brazos son igualmente expresivos. Hasta los dedos parecen danzar en el aire. Como en las películas mudas, en las que los actores, principalmente las actrices, enfatizan la plasticidad de sus extremidades, de la misma forma los brazos de Víctor aleteaban en el aire.
Después de comer charlamos un rato.
–Tenés publicados varios artículos en ese diario –Me dijo.
–Sí, por suerte. Pero con lo que me pagan ahí no me alcanza para nada, no es suficiente y tengo que hacer muchas otras changas.
–Lo que no entiendo es por qué tenés tantos problemas para conocer a alguien. Bueno ahora no tenés muchos problemas que digamos porque estamos charlando, pero nunca estuviste de novio y eso me parece extraño teniendo, por ejemplo, el trabajo que tenés y relacionándote con la gente que te relacionás.
–Eso no significa nada para mí. La gente que conozco no son personas que te permitan ingresar en su mundo. Salvo mis dos mejores amigos, el resto escapa a la profundidad. Viven una vida superficial. No digo que este mal que quieras tener un auto, que quieras vivir bien y gastar dinero a lo loco... Pero a mí, todo eso me aburre.
–Te entiendo. Yo también conozco gente así. Por suerte son más los conocidos que tengo que no tienen ese tipo de preocupaciones. Andamos todos disconformes. Así que bienvenido al club. Cuando quieras estás invitado a ver uno de mis shows. Este viernes arranco en el Gabinete Oscuro. ¿Podés?
– ¡Claro, me encantaría!
–Si querés y podés, venite antes a mi casa que van a venir unos amigos. Te paso la dirección y vemos.
– ¿Qué es el Gabinete Oscuro?
–Un lugar donde la gente puede ser.
Luego continuamos charlando y a la hora y media nos despedimos.
Al pasar caminando por Corrientes y Junín, vi pasar un muchacho de cabellos de oro por la vereda de enfrente. Tenía el pelo ensortijado; eran de esos cabellos enrulados en los que uno puede meter sus dedos como enjoyándose con anillos; de esas cabelleras al viento que parecen crines de caballo. Era un muchacho alto, que al girar, dejó ver sus ojos azules como zafiros y sus labios finísimos, rojos granos de granada, que mostraban su risueña faz luminosa. Era él. Los ojos no engañan. ¿La mente sí? Era él. Pero no me vio. Estaba acompañado de tres amigos con los que hablaba, inclinándose para poder decirles algo; encorvando su principesca altura para comunicarle a sus donceles lo que pensaba.
Me acerqué por detrás mientras observaba. Me acerqué más y más. El muchacho volvió a girar su cabeza hacía atrás, quizá porque sintió que lo llamaba con mi mirada.
No era él. Ahora que lo veía de más cerca me daba cuenta que no era él. Que no tenía los ojos azules, y que el cabello no era tan rubio ni enrulado. Además el cabello de Leandro tenía como algunos tonos rojizos. Maldición. ¿Por qué no puedo olvidar?

Laberintos

Sábado 31 de enero

Un día aciago. Volví a caer en laberintos, en cuartos oscuros, en antros de perdición, en los peligrosos recovecos de la babilónica Buenos Aires. ¿Por qué? Por amor.

Todo es por amor. Por buscar el amor. Cuando me frustro y no lo encuentro, termino mal. Termino poniendo en riesgo mi vida, descendiendo a oscuras cavernas donde acecha la sombra continua.

Yo sé que es por amor. Porque el sexo, el encuentro con otro, es una manera de complementarse con el otro. Muchos detestamos lo promiscuo, pero concluimos cayendo en nuestras propias contradicciones cuando no hallamos lo que tanto ansiamos.

Al salir del laberinto la luz del sol lo iluminaba todo, irradiando calor, y en una plaza vi dos muchachos recostados uno al lado del otro bajo la sombra de un árbol. Los observé un momento en el profundo silencio en que se encontraban, arrobado por la indiferencia que la pareja demostraba al mundo. Uno de ellos se apoyaba en el tronco del árbol y leía una revista con seriedad, el otro miraba el cielo mientras reposaba su cabeza en las piernas extendidas de su compañero. Y el sol se filtraba por los intersticios de las hojas de los árboles tiñendo a la pareja con sus parches de luz.

¿Por qué la luz me será negada? Quisiera salir a la luz, quisiera dejar las sombras. Quisiera que todos amaramos un poco más.
El mundo está en guerra. La derecha y la izquierda no se concilian, amemos un poco más.
Los hombres uniformados pisan fuerte. ¿Nos quedará amor, por lo menos, para calmar el grito de agonía de este mundo?

No quiero noche, quiero luz, quiero amar. No quiero laberintos, ni cavernas donde el nombre es oscuro y se pierden los hombres. Quiero conocerte. Quiero saber como te llamás y saber si mi voz puede traerte la luz pura de la mañana en el insondable abismo de tu corazón.

Si por un instante vengo a acompañar tu soledad, tu humana, demasiado humana soledad, abriré los ojos y caminaré entre los vivos. Si te alegro, renazco.

sábado, 7 de febrero de 2009

Di rigori armato il seno

Der ROSENKAVALIER

Hugo Colín (tenor)

domingo, 1 de febrero de 2009

Otra aclaración

Miércoles 28 de enero de 2009

Mi verdadero nombre es Damián y no Hero como me he dado a llamar. Esta es otra salvedad que tengo que hacer cuando comienzo a escribir este blog.
Las razones por las cuales firmo como Hero son dos. Una de ellas no la nombraré y es la razón principal. Los que son duchos en la materia de mitos tendrían que saberlo, y los que no, lo sabrán más adelante. No es un enigma, pero decidí cambiármelo, un poco para ocultarme y otro poco por amor.
Hero no es un nombre masculino, es un nombre de mujer y esta razón hizo más fuerte mi deseo de llevar ese mote, dado que por mi elección sexual, tengo algo de femenino.

Los dibujos son también de mi autoría, como el dibujo del cabezal. Allí está representado el Príncipe Leandro y hay una pregunta: ¿Cómo será cuando sea Rex?
A causa de este dibujo peleamos con Lautaro.
–¡Qué tarado que sos! ¿Cómo lo vas a dibujar así? –decía Lau.
–¿Cuál es el problema?
–Que lo hiciste de unos treinta años más o menos y con un físico de atleta, nada más alejado de la imagen de un pendejo, que en la vida real, no de tu cabeza, tiene veinte años y no tiene los atributos corporales que muestra esta ilustración.
–Otra vez malinterpretaste todo.
–Lo que interpreto es que vos seguís siendo el mismo soñador de siempre, que no parás un segundo, ¡mirá lo que te digo!, ¡un segundo!, de idealizar a las personas y así te alejás del mundo, porque pensás a la gente como vos querés verla y no como realmente es.
–Te concedo razón en todo lo que decís, pero acá la estás embarrando mal.
–A ver, decime entonces.
–Si hablaras menos y no te sulfuraras tanto, podrías entender. No estás viendo todo. Es verdad que idealicé al muchacho. Soy consciente. Yo mismo lo llamo Príncipe, ¿no lo estoy enalteciendo desde ese momento? A la belleza hay que coronarla. Esta es mi forma de rendirle tributo. Y tan idealizado lo tengo, que me lo imaginé como sería cuando tenga, como vos bien hiciste notar, unos treinta años aproximadamente.
De allí la pregunta que pasaste por alto: ¿Cómo será cuando sea Rex? Es decir, la pregunta, es, mi imaginación, la respuesta, es el dibujo. ¿Cómo será cuando llegue a Rey? Y, va a ser algo así como mi dibujo, una especie de atleta. Vas a ver que es como yo te digo, su cuerpo florecerá en una época futura. Y en cuanto a lo espiritual en mi Leandro, florecerá también y, junto con lo corporal, harán de un príncipe, un rey.

Lautaro hizo silencio unos segundos. Su rostro había adquirido una expresión de tristeza.
–Tenés que parar con todo esto, no te hace bien. Disculpame si me alteré de esta forma, pero vos no podés seguir enalteciendo, como decís, a cada persona que te cruzás por la vida. ¿Dije vida? ¿Qué vida estás llevando desde hace trece años? Vivís fantaseando con príncipes y qué se yo, y hasta ahora, en concreto, sincerate, ¿amaste a algún príncipe?
–Amé... Ahora estoy amando, estoy dando todo lo que tengo de hermoso en mí, a Leandro, todo esto es por él. A la vez, trato de hacer mi camino hasta que un nuevo príncipe llegue a mi vida.
–Hermano, todo lo que decís es enfermizo y lo sabés bien. Leandro es una imaginación de tu cabeza delirante. Hacés todo esto... ¿Sabés que la verdad es que no sé por qué mierda hacés todo esto? Yo me meto en tu cabeza, trato de ayudarte y termino más enfermo que vos, porque vos no cambiás un litro de lo que tenés que cambiar.
–¿Un litro?
–Sí, un litro, porque somos el 75 % agua boludo, y vos tenés agua de zanja en tu cuerpo, pelotudo. Escuchame una cosa. No podés seguir malgastando tiempo y energía en alguien que ya no vas a volver a ver, y si volvés a ver no va a pasar nada; no podés porque tenés veintisiete años, te pasaste toda la vida en una nube de pedos, nunca estuviste de novio, nunca te garcharon como tenía que ser, nunca te divertiste como debías; en definitiva, se te están pasando los últimos años de tus mejores años, tarada. Dentro de tres años, qué digo tres años, menos, dentro de poco, vas a tener treinta añitos y ahí te quiero ver. Si ahora hacés retumbar las paredes de tu cuarto lamentándote por las cosas que no hiciste; si te la pasas desperdiciando tu amor en un sueño; si no le das al cuerpo suficiente poronga, no me quiero imaginar cómo vas a estar cuando seas un treinta y pico.
–Es que ya me siento un treinta y pico.
–Acabala, querés. Terminala con tu autocompasión.
–No es autocompasión, es la verdad y me siento mal por la verdad. ¿Y qué si es autocompasión? Sería una manera de quererme, no como los muchachos, que siquiera me miran.

–Sí, pero hace un mes Leandro se fijo en vos. Y él, si es que no es una alucinación tuya, es bastante agraciado por lo que parece. ¿Por qué no tomás lo positivo? El pibe estaba interesado en vos y te lo hizo saber. Pero lo que tenés que entender es que tiene veinte años, que seguramente querrá garchar con medio mundo.
–No creo que él sea así.
–¡Pero terminala! Eso es lo que VOS, cabeza de loco, pensás, no sabés si en verdad es así, porque lo viste dos días. Con garchar con medio mundo me refiero a que querrá hacer la de él, no atarse a nada, divertirse, cosas que tenés que hacer vos también.
–Su belleza me deslumbró.
–Bueno recuperate de tu ceguera, nene, y volvé a andar la vida. Mirá, lo que tenés que hacer es vivir. No es muy difícil y nos tenés a nosotros como amigos. Si no tuvieras a nadie sería peor, así que no lloriquees tanto. Vos tenés que conocer más chicos, más todavía. Tenés que enamorarte de uno y al otro día dejarlo por otro, de esta forma vas a conocer el verdadero amor, el amor a la vida. La vida es movimiento y vos te quedás enganchado mucho tiempo en lo que podría haber sido y no fue. Eso YA FUE. Ahora es el momento que olvides por completo todo el pasado, todos los chicos que conociste. Hace de cuenta que sos virgen y que tenés que conocer a alguien. Hoy es el día.

sábado, 31 de enero de 2009

Boca SUCIA

Sábado 24 de enero de 2009.

Hoy publiqué mi primera entrada en el blog, después que Lautaro terminó por convencerme de abrir una cosa de estas. Jamás se me hubiese ocurrido escribir en un blog y no expondré ahora las razones por las cuales lo hago, ni cuáles fueron los argumentos que desplegó mi amigo para que yo cediera a su idea.
Lautaro ha señalado, en la presentación de este blog, el desfasaje que se produce entre lo que escribo y las publicaciones. Habrá aproximadamente unas pocas semanas de distancia entre ambos hechos, el tiempo que tardó en hacerme ver que escribir en un blog es una buena forma de hacer terapia.

Este es el primero de mis escritos en el cual tomo consciencia de que estoy escribiendo en un blog y hay cuestiones de escritura que, me he puesto a meditar, están relacionadas con mi vida. Lautaro señala mi pretenciosa prolijidad, siempre me está diciendo que yo escribo tratando de buscar una asquerosa pulcritud. Lo entiendo y hemos discutido a menudo sobre este punto. Para mí todo gira en torno a la represión, incluso la escritura. Lautaro también piensa eso.
Por eso se sorprendió cuando leyó la última carta de mi diario, el post anteriormente publicado en este blog, donde cuento mi experiencia en el micro, porque allí me soltaba más y dejaba aflorar lo burdo, lo guaso, al referirme a mi erotización como “aputazamiento”, o nombrar “machazo” o “chongazo” al chico que tenía a mi lado. Se contentó de leer estas palabras; que por un instante me olvidara del recato y las palabras bellas, las palabras principescas que suelo usar en las cosas que escribo, y me dejara llevar por el curso natural del cuerpo, del vientre, como dice él.
Tenés que mover más el vientre, me dice, estás muy constipado de ideas que no te llevan a ningún lado, sino a tu propio estancamiento. Tiene razón porque no me animo, o más bien, no me permito, ser más suelto, más libre, más pluma, más cisne, con las cosas que siento. No termino de admitir que me puede gustar bajar del pedestal en el que me siento una reina y aceptar que también yo puedo sentir cosas de plebeyos. Dejar de ser diosa para convertirme en un simple mortal...
Dejar de lado los circunloquios, las cartas largas, el romanticismo alemán, la ópera pomposa, y sentirme cómodo en la comedia de la vida. ¡Oh, es lo que más quiero!
Yo pienso que lo estoy logrando de a poco. Sí, lo estoy logrando, estoy logrando la liberación. Ya no puedo esperar más tiempo encerrado en mi casa, sin salir a ningún lado, no puedo esperar, viendo como cada día me marchito lentamente, sin haber conseguido el amor. Quiero vivir.

Es por eso que nos hemos alegrado, Lautaro y Eleno incluido, porque principio a sentir estos movimientos de agua en mi estructura gélida de hielo macizo. El deshielo tiene que producirse en este verano. Este verano tiene que ser. En este verano tengo que salir, en este verano quiero vivir, vivir una vez más. En sombras dejé que se pasaran mis mejores días... Pero, tengo veintisiete años... ¡Nunca más volveré a tener esta edad! Tengo que seguir. ¡Quiero vivir! Ahora es el momento. Hoy. Bueno hoy tengo anginas y no puedo salir a ningún lado. Ayer iba a salir con Eleno y resulta que las anginas me mataron, eso sumado al calor, terminaron por postrarme en cama. Momentáneamente...

Entonces hay algo que se mueve y es agua. Volveré a nadar. Volveré a practicar el deporte que más me gusta: natación para nadar en la nada.
Nadar con las palabras también es mi tarea. Ahora tengo el reto de soltarme más, de ser más vulgar y no tan altanero como un príncipe solterón. Por suerte mis amigos, Lautaro y Eleno, son de gran ayuda, con ellos puedo soltarme más, porque son más realistas que yo y saben que volar por palacios celestes te puede hacer caer o perder en las fantasías. Y el tiempo vuela.
Con Eleno hemos hablado de chicos refiriéndonos a “machos”, a “chongos”, hemos dicho “pija”, “pijón”, algo que nunca me hubiese atrevido a decir. Incluso me estoy animando a hablar en el colectivo y en la calle, en estos términos o en otros, del tema que nos interesa a mis amigos y a mí: los hombres.
–Escuchame una cosita. Me decía Lautaro. –Vos tenés que empezar a asumirte, loco. ¿Cuánto tiempo más vas a seguir así? Ya fue, ya está, te gusta la pija. Decilo.
– ¿Qué cosa?- le preguntaba, asombrado por su manera de hablar.
–Que repitas lo que te estoy diciendo. A ver, repetí con mamá: me gusta la pija.
–Estás loco. ¿Para qué querés que diga una guarangada como esa?
–Punto número uno: no cuestiones los métodos de tus maestras. Este es un punto crítico de tu curación. Escuchame, ni pagándote el mejor psicólogo vas a tener una terapia como esta. Te digo que da buenos resultados. Damián, si no te animás a decir lo que te gusta, si no decís las palabras, si las palabras no salen de tu boca, no terminarás nunca de asumirte. Si te pregunto cómo te llamás, qué me respondés.
–Damián.
–Entonces sabré, cada vez que te vea, que ese es tu nombre y te llamaré. Vos mismo te conocerás por ese nombre y así los demás llegarán a vos por este nombre, es el primer paso para empezar una relación. Ahora, hijito mío, de una vez por todas ¿te gusta o no te gusta la pija?
–Me gustan los hombres.
–Mirá que la haces difícil querido... Me podés decir por qué te gustan los hombres, qué tienen los hombres que te gusta tanto.
–Y me gustan. ¡Qué se yo! Como hay hombres que le gustaran las mujeres...
– ¿Te dás cuenta mi amor? ¿Te das cuenta que te evadís de la pregunta, que no contestás, que te cuesta decirlo? Pero yo te digo que es fácil y hasta que no lo digas no te vas de acá. Viniste por un mate, viniste a charlar, y comenzaste a hacer psicoanálisis. Decime, vos ya te encamaste con varios hombres, conociéndolos por chat, esa historieta ya la sabemos todos de pe a pa, de la “a” a la “z”, de X, Y, W y Q, hasta el alfa y el omega, ahora mi amor ¿qué es lo que tiene el hombre que te gusta tanto a la hora de encamarte con uno?
–Y muchas cosas Lau.
–Me estás tomando el pelo. Ya sé que tiene muchas cosas, pero tarada, tenés que decir: PIJA. Es lo único que nos diferencia del resto de los humanos que a nosotros nos gusta la chota, que pecamos contranatura. Pero a vos querido ¿te gusta o no te gusta?
–Y sí... me gusta.
– ¡Bravo, corazón! ¡Por fin! Ahora, el tema es saber cuánto te gusta. Y pensalo bien porque esto también es muy importante. Pensá por qué es importante lo que te pregunto, porque acá se decide todo y no es una pelotudez a pesar que a vos te parece que hablar de esta forma es una falta de respeto e insulto al buen gusto. Pensá que te pregunto sobre tu deseo, sobre lo que deseas. Te voy a ayudar, no te preocupes. ¿Te gusta el sexo oral?
–Sí...
–Entonces te gusta chupar pija ¿o me equivoco?
–Sí...
–Ahora supongamos una cosa. Supongamos que estás en un vestuario con otro hombre y este se está cambiando y pela una terrible pija descomunal. Vos la viste pero él no sabe que a vos te gusta la poronga. Vos, muy en el interior de tu ser, de tu corazoncito, sabes que te gusta el sexo oral. De pronto el tipo te hace una seña, te guiña el ojo y te muestra su pene, invitándote, con un leve movimiento de cabeza, a que le saborees el pedazo. En definitiva, quiere que se la chupes. A vos, chupársela a ese tipo ¿te gusta más o menos, te gusta, te encanta o te pierde? Mirá que hay una diferencia entre encanto y gusto ¿eh?
Sin meditarlo respondí:
–Me pierde…
–Te das cuenta loco, te morís por las pijas. Te morís por chupar una buena pija. Sos putito ¿eh?
Reímos. Comprendí que hablar sana y liberarse en el hablar es otra tarea que tengo por delante. Con maestros así seguro llegaré a buen puerto.

jueves, 29 de enero de 2009

Llegada a Buenos Aires después de la estada en Tucumán

El Priapo de Pompeya

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El martes 20 de enero de 2009

Me encuentro nuevamente en Baires. ¡Cómo detesto viajar en micro! Nunca duermo bien y son quinientas horas sentado; a la primera hora ya siento el coxis que cobra vida y se mueve independiente de la columna vertebral. Debe ser porque tengo las tres clásicas desviaciones en mi columna: sIfOsIs, lordosis, escoliosis.
Aunque esté achacoso, no puedo quejarme del todo de este viaje en particular puesto que recibí una compensación ante la incomodidad de mis nalgas en el asiento semi- cama. MMMmmm!!!! ¡No me quiero imaginar qué hubiese pasado si los asientos fuesen tipo cama!

Creo que lo que me sucedió ha sido positivo, no solo porque me ayuda a olvidar un poco a X, sino porque es parte de mi salida del capullo de represión en el cual estuve guardado durante años. Definitivamente deben ser estas salidas, este gustito por las fiestas y el baile, por las bacanales, las que me ayudan a ver las cosas de otra manera, desde un ángulo más liviano y no tan pesado.
Resulta que me tocó viajar con un muchachote que estaba bueno, bueno, buen mozón. Apenas observé que me tocaba sentarme a su lado, lo saludé sonriente, con esas sonrisas que dicen: “te quiero besar suavemente con mis labios hirvientes, hasta que me pidas lo más indecente


Él me devolvió el saludo. Acomodé mi bolso de mano en la repisa de arriba y me senté quedándome calladito un instante. Al poco tiempo me preguntó: “¿Este micro va a Buenos Aires?” Le respondí afirmativamente y pensé: “Caíste lindo, caíste en mis redes. Porque o sos muy inocente o ya me echaste el ojo, porque no me podés preguntar si este micro va a Buenos Aires ¿no preguntaste antes de subir? ¿Cómo te podés subir a un micro si no sabés a dónde va? Preguntaste porque me querés avanzar, te pusiste nervioso y me preguntaste una obviedad”.
Tenía este primer indicio, que luego comenzaría a darme respuestas.
Hablamos de nuestras vacaciones en Tucumán, de nuestras profesiones, de nuestra vida en Baires, etc. Por mi parte, cuando podía, le tiraba indicios de mi putez, ya que mi mente comenzaba a deleitarse con la fantasía que despierta el hecho de encontrarse con un chongo en el asiento de un micro de larga distancia.
¡Chongo! ¡Qué palabra! No puedo creer que esté hablando de putez, de Chongo, yo que nunca me animo enteramente a tirar la chancleta. ¡No puedo creer que utilice la palabra chongo para referirme a un muchacho! Bueno, muchachote. Nunca entendí por entero el significado de dicha palabra, pero no más ver a este pibe, no más escucharlo hablar, me salió del alma: chongazo.
Siempre trataba de guardar el mayor recato posible a la hora de aputazarme. Los indicios consistían en mirar y sonreír, tratando de fluir; que fluya la putez sin necesidad de sobreactuarla.
En un momento, cuando la charla se agotó, el muchacho se puso a dormir. Durmió de la tarde a la noche. Cuando las estrellas llenaron el cielo campero, vasto y oscuro, en ese momento despertó y yo, que estaba leyendo un libro, lo miré y le sonreí, obteniendo un saludo idéntico de su parte: una sonrisa que me mostraba sus dientecitos blancos, acompañando el desperezamiento de su cuerpo robusto, arqueando lentamente su espalda, para mi deleite.
–Dormiste mucho.
– ¡Mmmm!
–Después no vas a poder dormir.
–Ufff... mmmm...
–Cómo quisiera poder dormir como vos, en cambio me resulta tan molesto estar sentado tantas horas, que me inquieto demasiado.
–Mmmm… se nota. Pero por ahí te conviene quitarte las alpargatas que llevas puestas. Eso te va a relajar.
Después de hacer una parada de veinte minutos en una estación, después de haber estirado las piernas y volver a subir al micro para condenarnos otras tantas horas a la inacción, empezamos a conciliarnos con el sueño. Quien en verdad se amigaba nuevamente con el sueño era este muchacho, mientras yo simulaba entrar en sopor.
No pasaron quince minutos que comenzó una orquesta de ancianas a emitir sus ronquidos. ¡Qué melodiosos me parecieron aquellos gorgoritos! Los sentía como la música más armoniosa y acompasada que había escuchado hasta entonces, porque yo y mi vecino estábamos rodeados de abuelitas ingenuas. Muy pronto sentí el pie del muchacho sobre mi pie descalzado: se había acomodado, supuestamente en sueños, sobre su propio asiento y descansó su pie sobre el mío. No lo corrí, lo dejé allí, una parte de su cuerpo arriba de una parte de mi cuerpo, y comencé a mover los dedos lentamente para producir alguna especie de caricia. Por su parte puso los dedos de su pie como garras, atrapando mi pie, y de esta forma repetimos, más seguros y confiados, nuestros movimientos, permitiéndonos que nuestras extremidades más australes tuvieran sexo.


Después me giré para mirarlo y mis ojos se encontraron con los suyos que me miraban con sus párpados a medio abrir. Su mirada entornada, sus labios entreabiertos, su mano posada con suavidad sobre mi brazo izquierdo, me llevaron a rozar su pantalón con mi mano, donde noté como se había puesto. ¿Por mí te pusiste así? Pensaba yo, porque no me animaba a decir nada por miedo que alguno escuchara. ¿Por mí estás así? Y lo acariciaba en la pancita y en donde me guiara su mano, que había agarrado la mía y dirigía todos sus movimientos.
Me besó. Yo me perseguí mal y desistí, pero él, como buen chongo, me tomó de la nuca y me acercó a su boca. Me transó, mientras guiaba mi mano en la tarea de bajar la cremallera del pantalón.
Me hizo introducir mi mano dentro de su ropa íntima donde intimé con él. Entonces me soltó y yo seguí solito, al tiempo que me besaba cada vez más excitado.
Quiso que yo descendiera mi cabeza para que mi boca saboreara las delicias de un Priapo que crecía en mis dedos y que ya asomaba por fuera del pantalón con asombrosa rigidez. Sin embargo, a pesar de mis deseos y mis ansias, me contuve, y él terminó sacando una toalla donde descargó a la vez que me miraba. Yo lo miraba sorprendido, admirado. El guardó un silencio estoico. Luego guardó su toallita, me besó, dio media vuelta y se puso a dormir. Yo me quedé despierto con los ojos bien abiertos, hasta que por fin me cansé y pude también dormir.


A la mañana siguiente me desperté con el sol amaneciendo de mi lado. Miré los carteles de las autopistas: nos encontrábamos en San Martín, zona norte de Gran Buenos Aires. Acá, pensé, acá vive el Príncipe Leandro. Leandro, este es tu reino, en alguna casa de este reino, vive Leandro. Y venían a mi mente las imágenes del sol dorado de la tarde, en la que, aquella vez en los bosques de Palermo, lo encontré jugando con los cabellos rubios de Leandro.
Hablé un poco más con el muchacho que concluía su viaje en la estación de micros de Retiro. Nos pasamos los números de celular. Quedamos en vernos. Nos despedimos. Volvieron a mí las imágenes. Recordaba cómo ese cachorro de león me sonreía y jugueteaba a mí alrededor, enlazándome con sus brazos para no dejarme escapar. Andate, me decía, y en realidad quería decir quedate. ¿Dónde estará? Lo imagino feliz, junto a sus amigos. No sé dónde está.