viernes, 13 de febrero de 2009

VICTOR

Martes 3 de febrero de 2009

Ayer lunes estuve paseando por el barrio de Once, mirando algunas cosas. Estoy con la idea de hacer algo con una tela que me inspire y por este motivo caminé por las inmediaciones de Lavalle y Pueyrredón. En este caminar conocí a alguien que me pareció re pero re pero re pero re copadooooo.
Su nombre es Víctor y lo conocí cuando, en una vidriera, nuestros ojos se encontraron en el reflejo del cristal.
–Hola –Me sonrió.
–Hola –Le contesté.
– ¿Mirando qué comprar?
–Sí, mirando algunas telas para una remera que me quiero hacer. ¿Vos?
–Justo lo mismo que vos, sólo que no quiero hacerme una remera sino un vestido.
– ¿Un vestido? ¡Genial! ¿Y lo vas a hacer vos?
–Me va ayudar un amigo. Él sabe hacer este tipo de cosas, yo le doy las ideas.
–Te gusta disfrazarte.
–Me gusta travestirme, de eso intento vivir. Me monto y me desmonto y hago una especie de Chow por la noche. Así que ahora, que es de día, me conocés como Víctor pero por la noche aparece Madame Olympe de Gouges.
– Qué nombre raro.
–Ajá. Pero ¿por qué no vamos a tomar algo o a comer algo por ahí? Ya es mediodía y tengo un poco de hambre. Además no sé vos, pero ya estuve recorriendo bastante.

Acepté y nos dirigimos al primer barcito que encontramos. Mientras pedía su bebida y su comida, una vez que ya estábamos sentados y acomodados en nuestras respectivas sillas, lo observé. Es un muchacho hermoso, como después supe, de veintitrés años; alto, de pelo negro y ojos igualmente oscuros, de un marrón oscuro; es blanco y lampiño, por lo menos en el pecho no se esboza ningún indicio de vellosidad, ya que su remera de escote pronunciado deja ver lo desnuda que está su piel de pelos. Tiene los labios finos, de un rosa brillante, y son muy expresivos a causa de una notable elasticidad.
Los movimientos que hace con las manos y los brazos son igualmente expresivos. Hasta los dedos parecen danzar en el aire. Como en las películas mudas, en las que los actores, principalmente las actrices, enfatizan la plasticidad de sus extremidades, de la misma forma los brazos de Víctor aleteaban en el aire.
Después de comer charlamos un rato.
–Tenés publicados varios artículos en ese diario –Me dijo.
–Sí, por suerte. Pero con lo que me pagan ahí no me alcanza para nada, no es suficiente y tengo que hacer muchas otras changas.
–Lo que no entiendo es por qué tenés tantos problemas para conocer a alguien. Bueno ahora no tenés muchos problemas que digamos porque estamos charlando, pero nunca estuviste de novio y eso me parece extraño teniendo, por ejemplo, el trabajo que tenés y relacionándote con la gente que te relacionás.
–Eso no significa nada para mí. La gente que conozco no son personas que te permitan ingresar en su mundo. Salvo mis dos mejores amigos, el resto escapa a la profundidad. Viven una vida superficial. No digo que este mal que quieras tener un auto, que quieras vivir bien y gastar dinero a lo loco... Pero a mí, todo eso me aburre.
–Te entiendo. Yo también conozco gente así. Por suerte son más los conocidos que tengo que no tienen ese tipo de preocupaciones. Andamos todos disconformes. Así que bienvenido al club. Cuando quieras estás invitado a ver uno de mis shows. Este viernes arranco en el Gabinete Oscuro. ¿Podés?
– ¡Claro, me encantaría!
–Si querés y podés, venite antes a mi casa que van a venir unos amigos. Te paso la dirección y vemos.
– ¿Qué es el Gabinete Oscuro?
–Un lugar donde la gente puede ser.
Luego continuamos charlando y a la hora y media nos despedimos.
Al pasar caminando por Corrientes y Junín, vi pasar un muchacho de cabellos de oro por la vereda de enfrente. Tenía el pelo ensortijado; eran de esos cabellos enrulados en los que uno puede meter sus dedos como enjoyándose con anillos; de esas cabelleras al viento que parecen crines de caballo. Era un muchacho alto, que al girar, dejó ver sus ojos azules como zafiros y sus labios finísimos, rojos granos de granada, que mostraban su risueña faz luminosa. Era él. Los ojos no engañan. ¿La mente sí? Era él. Pero no me vio. Estaba acompañado de tres amigos con los que hablaba, inclinándose para poder decirles algo; encorvando su principesca altura para comunicarle a sus donceles lo que pensaba.
Me acerqué por detrás mientras observaba. Me acerqué más y más. El muchacho volvió a girar su cabeza hacía atrás, quizá porque sintió que lo llamaba con mi mirada.
No era él. Ahora que lo veía de más cerca me daba cuenta que no era él. Que no tenía los ojos azules, y que el cabello no era tan rubio ni enrulado. Además el cabello de Leandro tenía como algunos tonos rojizos. Maldición. ¿Por qué no puedo olvidar?

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