sábado, 31 de enero de 2009

Boca SUCIA

Sábado 24 de enero de 2009.

Hoy publiqué mi primera entrada en el blog, después que Lautaro terminó por convencerme de abrir una cosa de estas. Jamás se me hubiese ocurrido escribir en un blog y no expondré ahora las razones por las cuales lo hago, ni cuáles fueron los argumentos que desplegó mi amigo para que yo cediera a su idea.
Lautaro ha señalado, en la presentación de este blog, el desfasaje que se produce entre lo que escribo y las publicaciones. Habrá aproximadamente unas pocas semanas de distancia entre ambos hechos, el tiempo que tardó en hacerme ver que escribir en un blog es una buena forma de hacer terapia.

Este es el primero de mis escritos en el cual tomo consciencia de que estoy escribiendo en un blog y hay cuestiones de escritura que, me he puesto a meditar, están relacionadas con mi vida. Lautaro señala mi pretenciosa prolijidad, siempre me está diciendo que yo escribo tratando de buscar una asquerosa pulcritud. Lo entiendo y hemos discutido a menudo sobre este punto. Para mí todo gira en torno a la represión, incluso la escritura. Lautaro también piensa eso.
Por eso se sorprendió cuando leyó la última carta de mi diario, el post anteriormente publicado en este blog, donde cuento mi experiencia en el micro, porque allí me soltaba más y dejaba aflorar lo burdo, lo guaso, al referirme a mi erotización como “aputazamiento”, o nombrar “machazo” o “chongazo” al chico que tenía a mi lado. Se contentó de leer estas palabras; que por un instante me olvidara del recato y las palabras bellas, las palabras principescas que suelo usar en las cosas que escribo, y me dejara llevar por el curso natural del cuerpo, del vientre, como dice él.
Tenés que mover más el vientre, me dice, estás muy constipado de ideas que no te llevan a ningún lado, sino a tu propio estancamiento. Tiene razón porque no me animo, o más bien, no me permito, ser más suelto, más libre, más pluma, más cisne, con las cosas que siento. No termino de admitir que me puede gustar bajar del pedestal en el que me siento una reina y aceptar que también yo puedo sentir cosas de plebeyos. Dejar de ser diosa para convertirme en un simple mortal...
Dejar de lado los circunloquios, las cartas largas, el romanticismo alemán, la ópera pomposa, y sentirme cómodo en la comedia de la vida. ¡Oh, es lo que más quiero!
Yo pienso que lo estoy logrando de a poco. Sí, lo estoy logrando, estoy logrando la liberación. Ya no puedo esperar más tiempo encerrado en mi casa, sin salir a ningún lado, no puedo esperar, viendo como cada día me marchito lentamente, sin haber conseguido el amor. Quiero vivir.

Es por eso que nos hemos alegrado, Lautaro y Eleno incluido, porque principio a sentir estos movimientos de agua en mi estructura gélida de hielo macizo. El deshielo tiene que producirse en este verano. Este verano tiene que ser. En este verano tengo que salir, en este verano quiero vivir, vivir una vez más. En sombras dejé que se pasaran mis mejores días... Pero, tengo veintisiete años... ¡Nunca más volveré a tener esta edad! Tengo que seguir. ¡Quiero vivir! Ahora es el momento. Hoy. Bueno hoy tengo anginas y no puedo salir a ningún lado. Ayer iba a salir con Eleno y resulta que las anginas me mataron, eso sumado al calor, terminaron por postrarme en cama. Momentáneamente...

Entonces hay algo que se mueve y es agua. Volveré a nadar. Volveré a practicar el deporte que más me gusta: natación para nadar en la nada.
Nadar con las palabras también es mi tarea. Ahora tengo el reto de soltarme más, de ser más vulgar y no tan altanero como un príncipe solterón. Por suerte mis amigos, Lautaro y Eleno, son de gran ayuda, con ellos puedo soltarme más, porque son más realistas que yo y saben que volar por palacios celestes te puede hacer caer o perder en las fantasías. Y el tiempo vuela.
Con Eleno hemos hablado de chicos refiriéndonos a “machos”, a “chongos”, hemos dicho “pija”, “pijón”, algo que nunca me hubiese atrevido a decir. Incluso me estoy animando a hablar en el colectivo y en la calle, en estos términos o en otros, del tema que nos interesa a mis amigos y a mí: los hombres.
–Escuchame una cosita. Me decía Lautaro. –Vos tenés que empezar a asumirte, loco. ¿Cuánto tiempo más vas a seguir así? Ya fue, ya está, te gusta la pija. Decilo.
– ¿Qué cosa?- le preguntaba, asombrado por su manera de hablar.
–Que repitas lo que te estoy diciendo. A ver, repetí con mamá: me gusta la pija.
–Estás loco. ¿Para qué querés que diga una guarangada como esa?
–Punto número uno: no cuestiones los métodos de tus maestras. Este es un punto crítico de tu curación. Escuchame, ni pagándote el mejor psicólogo vas a tener una terapia como esta. Te digo que da buenos resultados. Damián, si no te animás a decir lo que te gusta, si no decís las palabras, si las palabras no salen de tu boca, no terminarás nunca de asumirte. Si te pregunto cómo te llamás, qué me respondés.
–Damián.
–Entonces sabré, cada vez que te vea, que ese es tu nombre y te llamaré. Vos mismo te conocerás por ese nombre y así los demás llegarán a vos por este nombre, es el primer paso para empezar una relación. Ahora, hijito mío, de una vez por todas ¿te gusta o no te gusta la pija?
–Me gustan los hombres.
–Mirá que la haces difícil querido... Me podés decir por qué te gustan los hombres, qué tienen los hombres que te gusta tanto.
–Y me gustan. ¡Qué se yo! Como hay hombres que le gustaran las mujeres...
– ¿Te dás cuenta mi amor? ¿Te das cuenta que te evadís de la pregunta, que no contestás, que te cuesta decirlo? Pero yo te digo que es fácil y hasta que no lo digas no te vas de acá. Viniste por un mate, viniste a charlar, y comenzaste a hacer psicoanálisis. Decime, vos ya te encamaste con varios hombres, conociéndolos por chat, esa historieta ya la sabemos todos de pe a pa, de la “a” a la “z”, de X, Y, W y Q, hasta el alfa y el omega, ahora mi amor ¿qué es lo que tiene el hombre que te gusta tanto a la hora de encamarte con uno?
–Y muchas cosas Lau.
–Me estás tomando el pelo. Ya sé que tiene muchas cosas, pero tarada, tenés que decir: PIJA. Es lo único que nos diferencia del resto de los humanos que a nosotros nos gusta la chota, que pecamos contranatura. Pero a vos querido ¿te gusta o no te gusta?
–Y sí... me gusta.
– ¡Bravo, corazón! ¡Por fin! Ahora, el tema es saber cuánto te gusta. Y pensalo bien porque esto también es muy importante. Pensá por qué es importante lo que te pregunto, porque acá se decide todo y no es una pelotudez a pesar que a vos te parece que hablar de esta forma es una falta de respeto e insulto al buen gusto. Pensá que te pregunto sobre tu deseo, sobre lo que deseas. Te voy a ayudar, no te preocupes. ¿Te gusta el sexo oral?
–Sí...
–Entonces te gusta chupar pija ¿o me equivoco?
–Sí...
–Ahora supongamos una cosa. Supongamos que estás en un vestuario con otro hombre y este se está cambiando y pela una terrible pija descomunal. Vos la viste pero él no sabe que a vos te gusta la poronga. Vos, muy en el interior de tu ser, de tu corazoncito, sabes que te gusta el sexo oral. De pronto el tipo te hace una seña, te guiña el ojo y te muestra su pene, invitándote, con un leve movimiento de cabeza, a que le saborees el pedazo. En definitiva, quiere que se la chupes. A vos, chupársela a ese tipo ¿te gusta más o menos, te gusta, te encanta o te pierde? Mirá que hay una diferencia entre encanto y gusto ¿eh?
Sin meditarlo respondí:
–Me pierde…
–Te das cuenta loco, te morís por las pijas. Te morís por chupar una buena pija. Sos putito ¿eh?
Reímos. Comprendí que hablar sana y liberarse en el hablar es otra tarea que tengo por delante. Con maestros así seguro llegaré a buen puerto.

jueves, 29 de enero de 2009

Llegada a Buenos Aires después de la estada en Tucumán

El Priapo de Pompeya

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El martes 20 de enero de 2009

Me encuentro nuevamente en Baires. ¡Cómo detesto viajar en micro! Nunca duermo bien y son quinientas horas sentado; a la primera hora ya siento el coxis que cobra vida y se mueve independiente de la columna vertebral. Debe ser porque tengo las tres clásicas desviaciones en mi columna: sIfOsIs, lordosis, escoliosis.
Aunque esté achacoso, no puedo quejarme del todo de este viaje en particular puesto que recibí una compensación ante la incomodidad de mis nalgas en el asiento semi- cama. MMMmmm!!!! ¡No me quiero imaginar qué hubiese pasado si los asientos fuesen tipo cama!

Creo que lo que me sucedió ha sido positivo, no solo porque me ayuda a olvidar un poco a X, sino porque es parte de mi salida del capullo de represión en el cual estuve guardado durante años. Definitivamente deben ser estas salidas, este gustito por las fiestas y el baile, por las bacanales, las que me ayudan a ver las cosas de otra manera, desde un ángulo más liviano y no tan pesado.
Resulta que me tocó viajar con un muchachote que estaba bueno, bueno, buen mozón. Apenas observé que me tocaba sentarme a su lado, lo saludé sonriente, con esas sonrisas que dicen: “te quiero besar suavemente con mis labios hirvientes, hasta que me pidas lo más indecente


Él me devolvió el saludo. Acomodé mi bolso de mano en la repisa de arriba y me senté quedándome calladito un instante. Al poco tiempo me preguntó: “¿Este micro va a Buenos Aires?” Le respondí afirmativamente y pensé: “Caíste lindo, caíste en mis redes. Porque o sos muy inocente o ya me echaste el ojo, porque no me podés preguntar si este micro va a Buenos Aires ¿no preguntaste antes de subir? ¿Cómo te podés subir a un micro si no sabés a dónde va? Preguntaste porque me querés avanzar, te pusiste nervioso y me preguntaste una obviedad”.
Tenía este primer indicio, que luego comenzaría a darme respuestas.
Hablamos de nuestras vacaciones en Tucumán, de nuestras profesiones, de nuestra vida en Baires, etc. Por mi parte, cuando podía, le tiraba indicios de mi putez, ya que mi mente comenzaba a deleitarse con la fantasía que despierta el hecho de encontrarse con un chongo en el asiento de un micro de larga distancia.
¡Chongo! ¡Qué palabra! No puedo creer que esté hablando de putez, de Chongo, yo que nunca me animo enteramente a tirar la chancleta. ¡No puedo creer que utilice la palabra chongo para referirme a un muchacho! Bueno, muchachote. Nunca entendí por entero el significado de dicha palabra, pero no más ver a este pibe, no más escucharlo hablar, me salió del alma: chongazo.
Siempre trataba de guardar el mayor recato posible a la hora de aputazarme. Los indicios consistían en mirar y sonreír, tratando de fluir; que fluya la putez sin necesidad de sobreactuarla.
En un momento, cuando la charla se agotó, el muchacho se puso a dormir. Durmió de la tarde a la noche. Cuando las estrellas llenaron el cielo campero, vasto y oscuro, en ese momento despertó y yo, que estaba leyendo un libro, lo miré y le sonreí, obteniendo un saludo idéntico de su parte: una sonrisa que me mostraba sus dientecitos blancos, acompañando el desperezamiento de su cuerpo robusto, arqueando lentamente su espalda, para mi deleite.
–Dormiste mucho.
– ¡Mmmm!
–Después no vas a poder dormir.
–Ufff... mmmm...
–Cómo quisiera poder dormir como vos, en cambio me resulta tan molesto estar sentado tantas horas, que me inquieto demasiado.
–Mmmm… se nota. Pero por ahí te conviene quitarte las alpargatas que llevas puestas. Eso te va a relajar.
Después de hacer una parada de veinte minutos en una estación, después de haber estirado las piernas y volver a subir al micro para condenarnos otras tantas horas a la inacción, empezamos a conciliarnos con el sueño. Quien en verdad se amigaba nuevamente con el sueño era este muchacho, mientras yo simulaba entrar en sopor.
No pasaron quince minutos que comenzó una orquesta de ancianas a emitir sus ronquidos. ¡Qué melodiosos me parecieron aquellos gorgoritos! Los sentía como la música más armoniosa y acompasada que había escuchado hasta entonces, porque yo y mi vecino estábamos rodeados de abuelitas ingenuas. Muy pronto sentí el pie del muchacho sobre mi pie descalzado: se había acomodado, supuestamente en sueños, sobre su propio asiento y descansó su pie sobre el mío. No lo corrí, lo dejé allí, una parte de su cuerpo arriba de una parte de mi cuerpo, y comencé a mover los dedos lentamente para producir alguna especie de caricia. Por su parte puso los dedos de su pie como garras, atrapando mi pie, y de esta forma repetimos, más seguros y confiados, nuestros movimientos, permitiéndonos que nuestras extremidades más australes tuvieran sexo.


Después me giré para mirarlo y mis ojos se encontraron con los suyos que me miraban con sus párpados a medio abrir. Su mirada entornada, sus labios entreabiertos, su mano posada con suavidad sobre mi brazo izquierdo, me llevaron a rozar su pantalón con mi mano, donde noté como se había puesto. ¿Por mí te pusiste así? Pensaba yo, porque no me animaba a decir nada por miedo que alguno escuchara. ¿Por mí estás así? Y lo acariciaba en la pancita y en donde me guiara su mano, que había agarrado la mía y dirigía todos sus movimientos.
Me besó. Yo me perseguí mal y desistí, pero él, como buen chongo, me tomó de la nuca y me acercó a su boca. Me transó, mientras guiaba mi mano en la tarea de bajar la cremallera del pantalón.
Me hizo introducir mi mano dentro de su ropa íntima donde intimé con él. Entonces me soltó y yo seguí solito, al tiempo que me besaba cada vez más excitado.
Quiso que yo descendiera mi cabeza para que mi boca saboreara las delicias de un Priapo que crecía en mis dedos y que ya asomaba por fuera del pantalón con asombrosa rigidez. Sin embargo, a pesar de mis deseos y mis ansias, me contuve, y él terminó sacando una toalla donde descargó a la vez que me miraba. Yo lo miraba sorprendido, admirado. El guardó un silencio estoico. Luego guardó su toallita, me besó, dio media vuelta y se puso a dormir. Yo me quedé despierto con los ojos bien abiertos, hasta que por fin me cansé y pude también dormir.


A la mañana siguiente me desperté con el sol amaneciendo de mi lado. Miré los carteles de las autopistas: nos encontrábamos en San Martín, zona norte de Gran Buenos Aires. Acá, pensé, acá vive el Príncipe Leandro. Leandro, este es tu reino, en alguna casa de este reino, vive Leandro. Y venían a mi mente las imágenes del sol dorado de la tarde, en la que, aquella vez en los bosques de Palermo, lo encontré jugando con los cabellos rubios de Leandro.
Hablé un poco más con el muchacho que concluía su viaje en la estación de micros de Retiro. Nos pasamos los números de celular. Quedamos en vernos. Nos despedimos. Volvieron a mí las imágenes. Recordaba cómo ese cachorro de león me sonreía y jugueteaba a mí alrededor, enlazándome con sus brazos para no dejarme escapar. Andate, me decía, y en realidad quería decir quedate. ¿Dónde estará? Lo imagino feliz, junto a sus amigos. No sé dónde está.

miércoles, 28 de enero de 2009

VIAJE a Tucumán

Lunes 19 de enero de 2009

Viajé a Tucumán una semana... La última vez que fui a Tucumán tenía veintiún años... y estuve toqueteándome con un muchacho que conocí en un chat... Una experiencia patética. Así que decidí desquitarme un poco del mundo virtual en el que me había sumido durante unos siete años aproximadamente... MMMMmm!!!!!!!!!!! ¡Cuánta hambre se me despertó en Tucumán! ¡Cuántos muchachos con piernas grandotas, grandotas, bien formadas y ejercitadas! Cuando iba al cerro me encontraba con ciclistas o corredores con pantalones deportivos cortitos, cortitos, o calzas bien ajustadas que dejaban ver o mostraban, las formas redondeadas de unas gambas musculosas, belludas algunas, otras lampiñas, pero todas sudadas, con perfume de macho. ¡Y qué mirones son los ciclistas!

No sé, pero en Tucumán me sentí más libre, con ganas de mirar más, más liviano. ¿Será que son estas salidas que ya se hacen costumbre las que me están liberando? ¡Ojalá! ¡Ojalá en adelante las chicas y chicos puedan ser más libres! Sin embargo, en estos tiempos que corren, ya se los puede ver más libres de la mirada del mundo. Eso es algo que me maravilló de la noche tucumana. Uno supone que en el interior del país, alejado de las novedades que siempre vienen y se van en la gran urbe de la capital del país, son más rígidos en la observancia de las costumbres, esto puede tener en parte una certeza, pero eso no significa que la rebelión esté muerta y siempre existan personas que elijan romper con todo lo establecido. De modo que vi mucha loca, mucho plumífero ¡en la Plaza Independencia! ¡Pleno centro de San Miguel de Tucumán! Loqueando de aquí para allá sin importarles nada. Genial. ¡Diez puntos para las niñas tucumanas!

Los primeros días de mi estada en la provincia me la pasé saliendo por la tarde noche a yirar y conocer la ciudad, mirar chicos lindos y ver si alguien me tiraba onda. Así fui conociendo los lugares frecuentados por la gente del palo: la Plaza Independencia, la calle Crisóstomo Álvarez, la vieja estación, y el Parque 9 de Julio. Y luego el cerro San Javier con su espesa vegetación, que se ofrece como refugio a los amantes.

Al segundo día de recorrer las calles conocí un chico, al tercer día conocí otro más. Ambos me dieron datos acerca de los lugares de levante o lugares frecuentados por los gays, y sobre todo me dijeron dónde podía ir a bailar. Existen en la actualidad tres boliches gays en el Jardín de la República: DLC (Dios los Cría), Divas, Club Mix. Parece ser que DLC es el menos querido de todos en cuanto a su aspecto edilicio, esto lo digo por algunos comentarios. Divas le sigue en popularidad y Mix es el que goza de mayor prestigio. Tan solo conocí DLC. Asistí al boliche en dos oportunidades y me pareció un lindo ambiente, aunque muy cerrado. Socialmente el ambiente es casi impenetrable, por lo menos es la primera impresión que manifiesta, puesto que asiste un gran público puber compuesto por una mayoría de niños y niñas que no llegan a los veinte, aunque los hay hasta los veintidós, aproximadamente, y, a los de veintisiete como yo, ya los consideran viejos chotos.

Se conocen todos por el metroflog, por fotolog, de esta forma se armaron grupitos, pero todos, en definitiva, son conocidos.
El jueves 15 de enero, por la noche, fue mi primera excursión al boliche y a la fuerza me hice amigos temporales: Ximena, con la que conocí al resto de la banda flogger y con la que me mensajeé cuando ya me volvía para mis pagos; el chileno, un chico que obviamente era de Chile y estaba parando en Tucumán; Marcelo, sobreprotegido por Ximena; Juan, un salteño vivillo que mascaba hojas de coca; La Mariposa y Sandino, dos chicos que se travestían; Fernando y Cristian, dos amigos; Coqui, o como no le gustaba que lo llamaran: Blondi. ¿No es un lindo apodo Blondi? Le dije, a este chico hermoso, jovencísimo, de un metro ochenta y algo, rubio, que Blondi era un muy lindo apodo y le quedaba muy bien. Él me decía que no le gustaba pero cuando le dije que había una cantante que le decían Blondi, el sobrenombre comenzó a sonarle de otra manera. Blondi, Devi Harry, la cantante que ya tiene la garganta como un colador y que ni puede cantar el arroz con leche y que, la vez que vino a Buenos Aires, estaba de vuelta, hecha bolsa y cantaba que parecía necesitar un pulmotor y una bolsa de suero. Pero Blondi es un ícono del rock. A los artistas hay que recordarlos en las buenas. Espero que el muchachito se decida por llevar ese apodo que le sienta bien... porque, aunque no lo quiera, los apodos se imponen.

Después esa misma noche conocí a Fernando y Cristian. Yo lo piropeaba a Cristian, es que tenía unos ojazos de un brillo terrible. Después supe que eran lentes de contacto. En el fondo de mis sentidos, sus ojos me llamaron la atención pero me detuve en la figura del muchacho: en su pelo; en su nariz; en las facciones del rostro; en su corta estatura; en su boca. De hecho sus ojos me parecían agresivos y horrendos, como el de las serpientes. Era el brillo chillón de la mirada lo que me pescó para detenerme en su verdadera belleza.
Al salir del lugar –la noche de los lugares de jolgorio tucumanos termina a las cuatro de la mañana debido al asesinato de una muchacha cuyo victimario o victimarios se desconocen – todo el mundo partió para la Plaza Independencia donde comenzaron a loquear. Yo no paraba de molestar a Cristian que no le disgustaba mi chamullo. De aquí para allá andaba la Reina de las Locas, un lindo chico, gordito, alto, de unos veinte o veintidós años, que en el boliche y en la plaza se la pasaba tirando sus plumas; un muchacho de presencia simpática, un personaje cuyo nombre no recuerdo.
En medio de mi zalameo al cuello de Cristian, recibí un mensaje de texto de Ximena preguntándome cómo me había ido. Respondí que bien y luego recibí otro de sus mensajes invitándome a pasar por su casa donde se encontraba con sus amigos. Los invité a Fernando y a Cristian y para allá nos mandamos. Nos encontramos en la puerta con Ximena que sacó unas sillas y nos sentamos en la vereda de la calle empedrada bajo la noche de verano.
Estaban con nosotros Marcelo y dos chicos más. Muy pronto comencé a notar que quedaba afuera de la charla. Juventud... Ximena hablaba mucho con Cristian y Marcelo parecía interesarse por él. Hablaban de temas musicales que desconozco, hablaban de sus cosas, de su mundo, y me pareció genial. Me sentía como la Mariscala en el final del acto tercero del Rosenkavalier. “La juventud” “Si, si” dice la Mariscala, mientras se retira de la escena con tranquilidad, resignación, pero con mucha paz interior. Así me sentí yo. Ya no me va bien andar entre las rosas. ¿No es hermoso que las mariposas busquen las rosas? Que los jóvenes busquen a los jóvenes. Este sentimiento de asunción de lo que soy me trajo tranquilidad. Y comencé mi lenta retirada y me alegré de verlos hablar. Me alegré de ver como Marcelo poco a poco, a medida que Ximena le sacaba palabras al tímido Cristian, se iba enamorando de este, comenzaba a interrogarlo para saber más de él. Eso fue amor. ¡Yo estuve en ese instante! ¡Yo vi cuándo Eros flechaba el corazón de ambos muchachos! ¿No es eso un regalo de los dioses? ¿No es hermoso presenciar un hecho tan grandioso como el afecto que se despierta de pronto entre dos personas? Es como ver los brotes en las ramas de los árboles después del triste invierno.
A veces las imágenes estancadas son las más fieles para expresar sentimientos universales.

La segunda noche que fui a DLC conocí a Blondi y también a Yuthiel. Este era un chico hermoso. Con él transé, le di afecto, de palabra y de hechos. Necesitaba que le dijeran que era hermoso. ¿Cómo puede ser que los hermosos necesiten que les digan lo bello que son, que los hermosos no crean en la atracción que despierta su belleza? Con Yuthiel bailé, transé... lo llené de nombres amorosos, de palabras bellas para sacarlo de la sombra que lo cubría. Cuando nos despedimos, lo inevitable, estaba lagrimeando. Lo consolé y le pedí que me escribiera. Deseo que se levante como el príncipe que es y camine más seguro, no es bueno que un príncipe joven y hermoso cargue con un peso que no debería llevar ningún muchacho. Me fui a acostar. El lunes viajaba de regreso a Buenos Aires. Pensé en Leandro, el príncipe leonado, durmiéndome con cierta tristeza... ¿Por qué Eros juega así con los enamorados?

lunes, 26 de enero de 2009

PRIMERA salida para olvidar.

16 de enero de 2009
A las diez de la noche nos encontramos en el tren rumbo a La Plata, ciudad soñada. Primer lugar del itinerario que estaba dispuesto a seguir para olvidar a una persona que mi boca no nombra por restarle importancia –en adelante lo llamaré X. Pero la idea de hacer un mini tours por el circuito bolichero gay con mi amigo y comparsa Eleno venía de antes de conocer a X, y había surgido como reparación ante mis años de enclaustramiento principesco. Yo había salido en otras ocasiones pero conocía dos o tres lugares. Ahora quería salir durante el verano y el calor estival, que son, como también piensa Eleno, momentos propicios para la diversión. ¿Y no es así?

¡Ah, el verano! ¡La juventud! ¡Las noches diáfanas de lunas llenas! Como este viernes, 16 de enero de 2009, en el que se estampa en el cielo una luna, como alguien dijo en algún poema o canción, grande como geniol o aspirina. Y la poca ropa que lleva la gente en verano... Los muchachos y los hombres que lucen sus cuerpos torneados... y los que no tienen vergüenza y muestran sus cuerpos sin un músculo, que son igualmente bellos. Como yo, que no tengo un gramo de carne en mis huesos. La propensión que genera el verano al poco uso de la ropa es lo que más me agrada porque puedo notar la sensualidad de las personas. Hay quien la tiene y hay quien no la tiene. En mi caso no poseo sensualidad, soy un ser bastante soso e insulso, quizá por eso, agudizo mis ojos y puedo notar en qué parte del cuerpo, cada persona individual, focaliza su sensualidad.

Lo primero es la mirada. No hay cosa más sensual que una mirada... sensual, por decirlo de alguna forma. O una sonrisa con la misma intensión. Pero por lo general la sensualidad se escapa al dominio de la persona. Quiero decir que la persona no medita en que “haré esto para atraer al otro”, pues resulta que en lo que menos repara de sí mismo es donde aparece la sensualidad, ya que ésta es espontánea. Un ejemplo.
El chico X, que había conocido, me atrajo con sus cabellos. Lo primero que hizo que mis ojos volaran hasta él como una flecha, fueron sus cabellos. Pero su cabellera enrulada, indómita, estaba recogida. Tenía un rodete por detrás de su cabeza que mostraba su cuello; un rodete que dejaba ver sus orejas y su rostro blanco; un rodete que en definitiva domaba su pelo. Y fue lo primero que provocó el vaivén de mis ojos cuando pasaba delante de mí: su pelo atado.
De pronto me atraía, me carcomía el deseo de saber cómo eran aquellos cabellos sueltos; para quién soltaría esos cabellos; quién lo pudiera ver con su cabellera dorada al viento; quién pudiera hacerle una trenza de su melena para traer ese león a su regazo.
Y cuando le dije, en el parque, que sus cabellos atados estaban cargados de sensualidad, me dijo que no había meditado en ello, pero que podía percibir lo que le planteaba. Y es que la sensualidad, ese condimento que vuelve atractiva a la persona, es algo misterioso, natural, espontáneo y no pensado. Gocé mucho enredando mis dedos en sus cabellos sueltos. Con solo eso sentí un gran placer. Y también una gran pena, sabiendo que yo no estaba destinado a desanudar sus cabellos, y es que a veces hay que asumir que las personas no nos pertenecen.

El verano trae esta sensualidad, como el otro muchacho que muestra solo los hombros, que habían permanecido ocultos durante el largo invierno. Como un renacer de lo vital. Hasta las mariposas se aman en el verano. Todo parece latir en el verano, de modo que salimos, junto con Eleno, rumbo a la Juana, uno de los dos boliches que actualmente abren sus puertas al mundillo gay en la ciudad de la Plata.
Mientras cuento esto el geniol del cielo ya desaparece de mi ventanal. ¡Qué rápido pasa todo cuanto pasa! ¿No?
Eleno está casado con un muchacho que vive cerca del mar. Siempre hay problemas con la gente del mar, parece que va y viene y no tiene un destino fijo, sin embargo Eleno y su marinero están enamorados. ¿Es imposible? Pregunto, porque todo el mundo dice que los gays tienen un alto porcentaje de infidelidad en las estadísticas que se enumeran cada noche en las charlas de personas descreídas en el amor. ¡He aquí que no está todo dicho amigos!
Eleno y yo salimos a bailar y a divertirnos, y pasamos una noche genial. Tomamos un montón y también nos reímos.
Cuando viajábamos en el tren iban en el mismo vagón, tres asientos atrás nuestro, un grupete conformado por dos plumíferas y dos chicas. Una de las plumíferas le gustaba llamar mucho la atención provocando de una manera despectiva. En otro momento hablaré sobre mi preferencia hacia la gente plumífera pero mi desavenencia con actitudes que nada tienen que ver con la rebeldía. Porque esta plumífera, me refiero a uno de los chicos afeminados, era muy discriminadora, cosa que me parece nada tiene que ver con la rebeldía. ¿Y yo me pasé tanto tiempo encerrado en mi casa y padecí tanto en la secundaria la mirada y la palabra discriminadora del día, soporté el machismo –¡y todavía hay que aguantarlo!- de esta sociedad, para que venga una plumífera, una loca de mi misma categoría, a tirar indirectas bastantes directas acerca de mi aspecto? ¡Dónde quedó el gay rebelde! Está chupando pijas en un baño de macdonals... me dijo una vez un empresario de una conocida multinacional que profesa la filantropía.
Para colmo lo que dice Eleno es verdad… “no se dio cuenta esta –por la plumífera- que no le van a dar bola con esa actitud de loca. Ya pasó de moda”. Por mala suerte Eleno.
Pero no quiero ahondar en la actitud que siguió manteniendo este ser plumífero ¡hasta en el boliche!, sino decir que, gracias a él, encontramos el camino de las lozas amarillas que nos llevaban hasta la Juana. Porque Eleno había perdido la tarjeta en la cuál figuraba la dirección del lugar, de modo que deducimos que los pasos del grupete buscaban el mismo destino que nosotros, y nos pusimos a seguirlos por detrás. Efectivamente, nos guiaron hasta el lugar y yo comencé a sentir una profunda decepción. “¿Esto es la Juana? ¿Una guardería? Está lleno de chicos… de chicos chicos. Parece una matiné” No tengo nada contra los niños... Pero ¿no dice el refrán, el que se acuesta con niños amanece mojado? ¿Por qué lo dirá? Hay que suponer que alguna razón tendrá. Y no me gustaría tener que cambiar mis sábanas por la mañana justo cuando uno quiere permanecer un poquito más en la cama por la modorra que da el levantarse.

Además me encontraba tratando de olvidar a X, aunque siempre había algo que me lo recordaba y la edad de aquellos párvulos era una de esas cosas y, por sobre todo, que ninguno me atraía como lo había hecho el príncipe leonado. Otra vez con adolescentes, NO. Pero a pesar de mi disconformidad en el ambiente juvenil de la Juana, conforme pasaron las horas comencé a notar cosas positivas... Este lugar es un espacio ganado por los más jóvenes. ¿No está bueno que así sea? Había muchos grupitos de chicos y chicas, y mixtos, que hablaban y se conocían entre sí. Este era su mundo y estaba bueno que así sea. Un mundo en el cuál no tenemos que entrar los más grandes, ni los más grandes de los más grandes, ni los más viejos de los más grandes. Me pareció que era en cierta medida comprensible, así como debe haber otros lugares en los que exista mayor variedad en las franjas generacionales, que exista un lugar mayoritariamente para niños (Esto no cabe dudas cuando te ponen temas de “Casi Ángeles”, esa serie televisiva destinada al público teenager). Y esto quizá produzca el ambiente de inocencia o de pureza que tanto me gustó.
Es otra de las cosas que me agradó del lugar: que no fuera un r-e-v-i-e-n-t-e. ¡Qué bueno que la gente venga a divertirse y no a copular en cualquier lado! Que, hablando mal y pronto, como suele decirse cuando uno dice una grosería, la promiscuidad es más de lo mismo en lo que se denomina el ambiente gay. Por lo menos acá había un caso que se salía del circuito de boliches destinados a la diversión programada, que rompía con la idea de noche gay= desenfreno.
Debo decir que esa aura de pureza me encantó y me dio muchas más ganas de divertirme. Así que nos la pasamos bailando... Aunque de vez en cuando pasaba por mi mente la imagen de un príncipe X... Entonces, cuando eso sucedía buscaba con la mirada los ojos de algún muchacho que se interesara por mí para ver si podía olvidar de una vez y para siempre. Y encontré que había un chico que me gustaba.

Estábamos en la barra con Eleno, tomando unas cervezas y de pronto aparece de la multitud este chico hermoso, que no es príncipe, pero es muy hermoso y se pone enfrente nuestro a pedir unos tragos. Yo le miré y el me miró fugazmente. Luego Eleno se da cuenta que lo conocemos de otro lugar llamado “cero a la derecha”, donde conocí a mi alteza real. El chico nos reconoció y nos saludó. Habló con Eleno y después se despidió de nosotros. Ahí se va mi posibilidad de olvido, me dije.
Después, bailando, lo vimos. Eleno me dijo que este muchacho tenía onda conmigo... ¿Conmigo? ¡Si estoy muy baqueteado para la edad que tengo! En fin, nos lo cruzamos y nos dijo que se iba y saludó a Eleno y cuando se iba a despedir de mí… Me voy porque mi amigo se siente mal, me dijo, y tengo que acompañarlo. Pero me quiero ir con un beso tuyo de despedida. Y nos besamos en la boquita... Pero yo sentí que ese beso no era real. Era como un beso de alguien hermoso, un beso adornado, pero no era un beso sincero, adornado pero vacío. Bueno, andá, le dije, tu amigo se siente mal y te está esperando, le dije para saber si en verdad quería irse. ¿No te gusta que te bese? Me preguntó. Yo mirándolo a los ojos le dije, sí, me gusta mucho, pero tu amigo está descompuesto... ¿Lo vas a dejar solo? Lo que quería saber era si él también disfrutaba besándome, ya que si a alguien le gusta una persona la busca y, cuando la encuentra, quiere permanecer junto a ella o por lo menos le pregunta el nombre o le pide el número de teléfono o lo lleva a algún lugar más trancuilo. El besarse duró menos de un minuto. Y se fue.
Y yo recordé, aún después, cuando viajaba en el tren, volviendo a mi casa, y después, esperando el colectivo, pensé, en esos tiempos libres, en el príncipe que pasó como un rayo de color dorado tocándome con su calor de astro del día; pensé en cuando casi nos fuimos por ahí, porque había olvidado a sus amigos por mí; pensé en donde, bajo la sombra de los árboles, en una tarde soleada, las personas y el mundo d-e-s-a-p-a-r-e-c-i-e-r-o-n ante nosotros y solo estábamos nosotros. Nuevamente mi mente había fracasado en la tarea del olvido porque me acordé de Leandro.

domingo, 25 de enero de 2009

Diálogo de Hero y Leandro

En esta entrega he copiado lo que en el cuaderno de Hero son una serie de cuatro cortos fragmenteos de diálogo. En los mismos se confunden los hablantes, pero yo creo que se pueden identificar, por lo menos yo, que conozco a Hero, puedo distinguien entre él y Leandro. Quise mantener esta forma de la charla que puede resultar caótica, porque fue escrita según los restos de recuerdos que tuvo Hero en su encuentro con Leandro, y además porque la escribió para sí y no para otros.
Lautaro Prado


Fragmento N° 1

- Qué bueno
- Sí, además no quiero seguir rascándome más, ya no quiero perder más tiempo.
- ¿Entonces no pensás irte de vacaciones?
- Es probable. Ya es costumbre entre mis amigos.
- (Mmmm... mucho para mirar en la playa... ¿su amor hacía mí durará una charla? Porque en la playa no puedo competir).
- Pero lo que sí sé es que tengo por hacer un montón.
- Eso es bueno
- ¿Qué me recomendás para leer?
- ¿No leíste a Borges?
- No
- Yo tampoco. Bueno unos pocos cuentos, pero está bueno.
- Me da la sensación que resulta pesado y aburrido.
- Lo poco que leí de él no me pareció así. Supongo que para comenzar a leer Borges se tiene que empezar por algunos cuentos que sirvan de entrada a su mundo. Sus cuentos están cargados de cierta filosofía. Toma mucho de la biblioteca del mundo. Me refiero a que en sus cuentos siempre hay algo que te remite a otros lugares, digo, lecturas, obras literarias o de otra índole. Te recomiendo empezar con La Casa de Asterión. Se trata de un príncipe que... pero mejor leelo no quiero aventurar nada... es un cuento corto… Bueno, pero fijate, en ese cuento aparece lo que yo te digo sobre otras lecturas, porque está relacionado con un mito griego, con lo cual, para poder entenderlo, habría que conocer la historia anterior de la que Borges se nutre.
- ¿Eso no se llama afano?
- No, se llama otra vuelta de tuerca a la cuestión.
- ¡Ah! ese libro lo leí. Otra vuelta de Tuerca ¿Vos?
- También.
- Me gustó mucho.
- A mí también.
- También vi la película... Otra cosa que tengo por hacer es ver películas. Tengo doce ya compradas que me están esperando.
- ¡Qué bueno! Lo que te recomiendo es que, ya que tenés un montón para leer y para ver (sonrisa), que hagas las fichas de los libros que leés y de las películas que ves.
- ¡Ah! Me habían dicho.
- No soy el mejor ejemplo de esto que recomiendo, porque debería hacerlo con cada cosa que veo, pero es interesante porque con el tiempo uno se olvida de todo y en una ficha vos podés anotar lo que te pareció la peli, el argumento, lo que pensás, y ya, después, cuando querés, volvés a releer para acordarte de lo que viste o leíste, e incluso tenés materia de conversación. Eso está bueno ya que tu objetivo es aumentar tu cultura general.
(Tengo ganas de hacer lo que estoy diciendo… poner en práctica algo que nunca hice)
- Sí, es una buena idea. Pero lo que tiene que ver con la lectura me parece que no voy a ser muy estricto, porque es mucho para leer, así que entraré en Internet y buscaré sobre historia de la literatura argentina, lo más importante nada más. Porque es un programa muy extenso.
- Bueno, pero podés leer alguna que otra cosita además de hacer eso. Una cosita de cada autor.
- Puede ser.
- Ahora, Internet es una cosa genial. Está todo allí. Es una enciclopedia ciclopea. Digo, es una biblioteca de Babel infinita. Una cosa lleva a la otra.
- Si es verdad, pero yo no estoy muy pendiente de las computadoras. Por eso no acepté que me dieras tu dirección de mail porque la verdad no me conecto.
- Yo igual. Pero me gusta escribir. La idea era contactarnos por medio de correspondencia cibernética, no por chateo.
- Ahora estamos chateando (risas)
- (risas)
- Y el monitor es tu cabeza. Tus ojos son la pantalla.
- ¡O mejor, la cámara web!, digo, la web cam. Y tu boca el micrófono.
- O el parlante. Y el ciber es el parque. (Sonrisa) Y la gente computadoras ambulantes.
- (Sonrisa) (Qué lindo que es, qué labios tan finitos tiene) Eso de que no te gusta andar chateando y estar pendiente de la computadora ¿también está relacionado con que no contestás los mensajes de texto que te envío por celular?
- Uff... sí, no lo aguanto. Porque ¿para qué tanta cursilería? ¿Para qué mensajearte durante toda la semana, dando vueltas y vueltas sobre un mismo tema, si después te vas a ver con la otra persona?
- Bueno... emmm… yo te enviaba solo para establecer contacto... para saber que estabas ahí… y prepararte para vernos.
- Está bien. Pero no soporto a la gente que está constantemente enviando mensajes de texto para estar “comunicada”. Es lo mismo que estar “comunicado” con otra persona por medio de un chat. ¿Hay algo más antinatural que un chat? Mejor enviar un mensaje de texto cuando tenés ganas de ver a la otra persona y listo, si total ya sabés que la otra persona está. Me pasa con mis amigos que siempre están enviándome mensajes el mismo día que saben que los voy a ver. No lo soporto. Por eso no cargo el celu, para no tener que andar malgastando energía.
- Sí tal cual. Uno termina siendo esclavo de estas cosas.
- Estaría bueno romperlo. Pero de todas formas no es conveniente... detesto que no sea conveniente. Pero si lo rompo me voy a tener que comprar otro.
- Y es bastante carito el que tenés.
- Sí, las paradojas de la vida. Es que hay una realidad, y es que la tecnología avanza y sería un necio si negara que no necesito este aparato. Necesito este aparato y muchos otros jugue-titos...
- Ejemmm… ¿Juguetitos? ¿A tu edad? Esta bien que tenés veinte años y que sos más chico que yo... pero…
- En todas las edades hay juguetitos. Hay juguetitos hasta para los más grandes... pero son acordes a los juegos que les gustan jugar a los mayores. ¿Entendés lo que te digo no?
- No me trates como tonto, por supuesto que entiendo. Entiendo a qué jugue-titos te referís.
- No, porque por ahí te cuesta.
- No busques camorra.
- Por ahí... que se yo…
- Basta nene.
- Es que, puede ser que no entiendas.
- Te estás buscando una piña.
- Pero te lo digo porque quiero ayudarte.
(¡Paf!)
- ¡Ay!
- ¿Te dolió? Pero sos una manteca, si ni te toque.
- ¿Ah sí?
- No me pegues porque n-i t-e t-o-q-u-é.
- ¿Si te pego acá?
- No me dolió.
- ¿Si te pego con esto?
- ¡Epa! Me parece que estás yendo muy rápido. (¡Pif!) ¡Ay ah, la nena pega cachetadas! No toques mi cuerpo, es sacrilegio. No se lo puede tocar ni con el pétalo de una rosa.
- ¿Y si te toco así?
- mmmm… puede ser, no sé.
- ¿Y si te beso?



Fragmento N°2.

- Hablame de vos.
- ¿De mí?
- Sí, contame sobre vos.
- ¿Qué querés que te cuente?
- Todo. Cualquier cosa. ¿Cómo te llevás con tus padres?… ¿Ellos saben?
- No, no saben. Pero me llevo bien.
- No les contaste.
- No tengo la necesidad de eso por ahora. Pienso que podría decírselo cuando les lleve mi pareja. Entonces la presentaría y de esa forma se enterarían.
- (Sonrisa)
- ¿Y tus padres lo saben?
- Sí...
- ¿Y está todo bien?
- Sí.
- ¿Cómo y cuándo lo supieron?
- Tenía veintiún años. Durante la adolescencia había tapado todo y me torturaba la idea de darle permiso a las sensaciones que comenzaba a sentir con respecto a mi sexualidad. Pero cuando descubrí el chat me refugié en él y así mi mente me llevó a entrar a chats de gente que busca gente de su mismo sexo. Y así conocí a un muchacho con el que tuve mi primer encuentro. No pasó más que de caricias y franeleo. Fue una experiencia de mierda.
- ¿Por?
- La había pasado bien… Pero fue todo tan antinatural… por el chat. Seguí manteniendo contacto por medio del chat con el muchacho este que te menciono, y mi papá leyó de c-a-s-u-a-l-i-d-a-d los diálogos que quedaron guardados en ese chat. De esta forma se enteró y a partir de allí fue una convivencia horrorosa de la que no pude despegar. Porque siempre había quedado pegado a la palabra de papá y ese momento no iba a ser la excepción.
- Qué feo.
- Sí... Pero ahora está todo bien. Sin embargo pienso que el daño ya está hecho. Aún así él me escuchó y eso es bueno porque las personas solo pueden cambiar si pueden realmente escuchar las razones de los demás.
- ¿A qué daño te referís?
- No importa… ¡Pero! ¡Yo quería que me hablaras de vos! Contame como es tu experiencia con la sexualidad. No te veo como yo, te veo tan suelto. Como una pluma. Una burbuja. Como que vas por la vida más tranquilo.
- Sí es verdad, soy tranquilo.
- Me refiero a que no te haces mucho problema con la sexualidad, como en mi caso.
- Sí, es así. No me cuestiono nada con respecto a eso. En la escuela tenía un grupito de amigos con los que hablaba del tema.
- ¿En la escuela? (¡Con razón!) Yo en la escuela no tenía amigos. ¿Pero eran héteros?
- No, eran gays como yo. Nos fuimos conociendo en gimnasia donde había chicos de otros cursos. Viste que en gimnasia por lo general quedamos medios apartados, aunque alguno que otro se integraba bastante bien al grupo de deporte. Pero algo nos atraía, en algún punto quedábamos afuera del grupo deportivo. En esos momentos nos teníamos juntos. Y así empezamos las loquitas. ¡No, nunca fuimos locas! Pero cuando estábamos juntos algunas plumas se nos caían. Quedábamos desplumados. Cuando los demás chicos jugaban al basquet o al fútbol nosotros jodíamos sobre nuestras cosas “cuidado querido, se te cayó una pluma” nos decíamos. “Levanta la pluma que se te cayó”
(Risas)
- Qué lindo lo que me contás, principito. Me parece tan natural, tan fresco. Claro... Ahora te entiendo... Entiendo tu frescura. No es raro que se te cayeran las plumas si sos un cisne.
- Ay, gracias. Bueno, mi mejor amigo es uno de los chicos de este grupo. Con él hablo de todo y hablamos de muchas cosas a la vez, de las más diversas y cualquiera que se meta en nuestra conversación podría llegar a pensar que estamos locos porque saltamos de un tema a otro y después que terminamos de hablar es como si se cerrara todo lo que dijimos. Con él me llevo muy bien. Y bueno, a mis padres no veo por qué decirles, lo sabrán cuando tenga una pareja.



Fragmento N° 3:

- ¡Mirá esos pájaros!
- Son extraños.
- Qué hermosos son. Tienen el plumaje de un color violáceo.
- Son lindos… pero son extraños…
- ¿Cómo se llamarán?
- No sé. Parecen agresivos. Son como cuervos estilizados. No me gustan.
- ¡Me encantaría tener esas plumas!
- Si es por el hecho de llevar plumas llevaría esas o la de cualquier otra ave para volar hasta tu ventana y verte dormir.
- Ay, gracias... ¿Te gustan las plumas del pavo real?
- Me gustan... Me gusta el pavo real blanco.
- ¿Existe?
- Sí, es un pavo real con todas las plumas de blanco. (Sonrisas). Como tu piel. Yo vi la piel de tu pancita, ¿te acordás? Mmmm!!! Y la besé…! era muy blanca. Ahí no llega la luz del sol ¿eh?
- (Risas) Me da cosquillas. Por más que quiera broncearme no lo consigo. La última vez que fui a la costa intente tomar sol y terminé mal. Tengo la piel muy delicada, no pasa de este blanco. En cambio la tuya es tostadita. Te debés broncear en seguida. Cómo te envidio.
- Yo en cambio no te envidio… mmm… ¡deseo tocar esa piel blanquita que tenés!
- Me gusta el contraste de tu piel con la mía.
- Pero mirá mis brazos… Es algo que detesto. Son flaquísimos. Los tuyos son más carnosos.
- Hay que comer más... Pero comer comida, no otra cosa…
- Ja, qué gracioso. JA.
- ¡Ay ah! Juego de mano juego de villano.
- Mi mano toca lo que le gusta.
- ….
….
…. Qué linda caricia… me gusta.
- Me gustó tu brazo. Por eso le dedico estás caricias. ¡Ahora me gustó tu frente! La voy a besar.
- Qué rico beso…
- Y ahora la voy a acariciar.
-….
….
…. ¡Mmm! ¿Te puedo arrancar los pelos de las cejas?
- ¡Ay, no! ¡Qué malo! Yo te trato bien y vos me querés lastimar.
- Esos pelitos del pecho también. ¡Arggggrrrrrr! ¡Te los arranco!
- ¡No!
(Risas)
- Qué rico cuello...
- A mí me gusta el tuyo... pero no me lo dejás besar. Cuello de cisne. Blanquito y con un pequeño lunar. Dejame besarte el cuello. ¿Por qué no te dejás? ¿Te da cosquillas? ¡Dale!
- No... Es una cuestión de confianza...
- ¿No me tenés confianza? Yo te acabo de entregar el cuello... Y me lo pudiste haber mordido con tus dientes de león y sin embargo te lo ofrecí.
- Vos no me lo ofreciste... yo vi el momento indicado y te lo comí.
- Bueno, la cuestión es que te lo comiste y ahora yo quiero comer el tuyo.
- No. Tengo miedo.
- ¡Dale! ¿Tenés miedo de que te lo muerda?
- No me dejés marcas...
- ¿Me lo das?
- No.
- Dame que te lo muerdo.
- ¡No!
- ¡Grrrrrr! ¡Rafff!
(Risas)
- Mirá... el sol. La gente se va de a poco con la lenta ida del sol.
- Nos quedamos solos...
- No sólo nosotros, también quedan los enamorados. Por ahí andan recostados en el pasto. Hablándose, besándose... Como nosotros.
- Pero nosotros no nos amamos. (No somos enamorados).
- Pero esto es algo de amor. Una forma. Porque valoro mucho que nos hayamos visto después que parecía que no íbamos a ver. No faltaste a la cita y eso es algo para valorar. Pienso que en todo esto hay algo de afecto o de tener en cuenta al otro y eso te lo reconozco, aunque después no pase nada de nada. Por mi parte yo hubiese venido aunque vos no hubieses concurrido, porque por un príncipe estoy dispuesto a soportar una larga espera.
- Te gusta decirme príncipe...
- Es que es verdad, sos un príncipe. Sos muy hermoso y a la vez se nota por las cosas que decís y te interesan que tenés una belleza interior que realza tu belleza física.
- Gracias.
- Perdón si lo adulo mi señor. Pero no saldrán de mi boca mentiras... creo que al no conocerte, me generás la confianza suficiente como para decirte lo que me pareces. Hasta ahora no me diste pie para que te criticara, pero claro, todos tenemos nuestras cositas. Hasta los príncipes supongo deben tener sus cosas negativas.
- Vos también me generás esa confianza. Pienso que lo mejor que puede hacer una persona es mostrarse tal cuál es, sin tantas vueltas. Hay personas que para agradar al otro actúan un personaje que no es; no solo engañan al otro, sino se engañan así mismos. Pero la única forma de gustar a otra persona es mostrarse lo más sincero posible. Porque así podés saber si en verdad la otra persona es para vos y vos para ella.
- Coincido. Sí, pienso lo mismo. No sirve de nada agradar al otro. El otro tiene que gustarle como sos. Sino después se empieza a caer todo. Si uno se muestra con máscaras, después es peor.
- Por amor se hacen muchas cosas.
- Mmm… es verdad. Eso también es amor. Pero una forma de amor. No es el amor.
- ¿Qué es el amor?
- No sé. Nunca amé.
- Ah, cierto que me dijiste.
- ¿Vos? ¿Estuviste de novio?
- Una vez salí con un chico. En la secundaria. Me gustaba y él me tiraba onda con su mirada pero no nos animábamos a acercarnos. Uno de los últimos días de fin de clases, lo encontré con otros conocidos de la escuela en la parada del colectivo. Yo tenía la fiesta de fin de año y vi la oportunidad de comenzar a romper el silencio. Me acerqué, los saludé a todos y lo miré en especial a él. Tiré mi invitación al aire “chicos están invitados a la fiesta que hacemos...” Y me fui... Ninguno fue a la fiesta, salvo él. Ahí empezó nuestra relación.
- Bello… No me esperaba otra cosa de vos. Con naturalidad de león respondiste a tu instinto principezco. Parece que no me vas a defraudar en ningún momento.



Fragmento N°4.

- Sin embargo no me fío mucho de lo que la persona dice sobre sí misma.
- Está bien. Puedo estar mintiéndote.
- Tal cual.
- Y claro.
- Y sí. Vos decís que sos así o así y eso no quiere decir nada. La persona te muestra lo que es no con lo que dice sino con lo que hace.
- Lo tengo bien en claro y a pesar de que no tengo mucha cancha en la vida social, sé darme cuenta cómo son las personas. No conozco muchos tipos de persona pero me doy cuenta, a veces, como viene la mano. Y aún así tengo necesidad de decir cómo soy, o por lo menos decir la imagen que tengo de mí. Pero no es por venderme, no lo creas. No me interesa si la otra persona me compra o no. Tal vez esté relacionado con lo que me pasa últimamente. Tengo la necesidad de contarle a todo el mundo que soy gay. Todos mis conocidos lo saben... menos en el barrio. Pero pienso que en el barrio lo deben intuir, porque a pesar que no me animo a mostrarme mucho, alguna pluma se me cae, como vos decís.
- ¿Y si fuera que lo utilizás como un tema de conversación porque no tenés nada para decir?
-… Estoy pensando… estoy pensando... Puede ser. Lo relaciono con otra cosa... otra cosa más íntima que no te revelaría ahora. Por lo menos ahora. Es que también el otro espera siempre conocer alguien interesante. Por lo menos me ha sucedido siempre con los chicos que conocí en cualquier boliche. Debe ser que el circuito bolichero tiene para todos los lugares los mismos clichés en el momento del chamuyo. Por ejemplo, cuando se conoce a alguien siempre se pregunta “¿Y qué hacés de tu vida?” “¿Estudiás? ¿Trabajás?” y una serie de preguntas que son siempre las mismas. Como si eso fuera a rebelar a la persona.
Para mí, lo interesante es la interioridad de la persona. No soy ingenuo, me doy cuenta cuando la persona me quiere engañar, ya me ha pasado. Pero siempre espero que la otra persona se abra. Me cuente sobre ella... porque me interesa nadar en las profundidades.
- guau... (Sonrisa)
- No empieces otra vez a burlarte... por eso te pedí que me hablaras de vos... Soy un extraterrestre en este planeta. Soy de otro mundo.
- ¿De qué mundo?
- Me gusta Neptuno, pero por el hecho que a mí me gusta nadar y todo lo que tenga que ver con el agua me encanta.
- Es hora de que caigas a tierra. Tenés veintisiete años, flaco.
- (Risas) Es verdad. Lo pienso constantemente.
- No pienses tanto. Cae a tierra... Visitame, yo vivo en la Tierra.
- El príncipe de la Tierra... y el príncipe de Neptuno. Separados por millones de millones de millones de kilómetros.
- Para mí la distancia no es un problema... ¿Para vos?
- Si para vos no... Para mí tampoco.- Entonces vení, acercate... ¡Dale! no estés tan lejos.

sábado, 24 de enero de 2009

Presentación

Sobre el Blog

El material que se presenta en estas entradas son las anotaciones del diario íntimo de mi amigo Hero, que fueron escritas recientemente. Estas entradas presentan un desfasaje porque en una primera instancia fueron escritas en soporte de papel, luego convencí a mi colega que los pasara a un blog, de ahí la no coincidencia de las fechas de publicación entre las entradas del blog y los relatos.
A Hero le encanta escribir, escribe mucho, por eso insistí en que sacara un blog de una vez y para siempre.
No sé si Hero escribe bien pero es un enamorado irremediable y, a pesar que le digo que trate de ver las cosas de otra manera, de cambiar sus visiones infantiles, sigue empeñado en aferrarse a cada persona que conoce. No sé cuánto le durará este rollo que tiene con el muchacho que él llama Príncipe, espero que no le sea tan pesado su recuerdo y lo olvide prontamente. Arrivederci

Lautaro Prado



31 de diciembre de 2008… Se va no más un nuevo año… y sigo, como dijo un amigo el sábado pasado cuando fuimos a bailar, “en la amarga espera”. La charla que mantuve con él ese sábado motivo esto, que yo esté en este momento escribiendo.
Pero hay otra persona que motiva esto y es alguien que conocí hace poco. Mi cabeza no resiste semejante presión de pensamientos sobre la imagen idílica de dicha persona y tengo que descargar una cantidad de energía soñadora en algún lugar porque terminaré por consumirme, más considerando el tiempo que tengo, que propicia todo tipo de posibilidades mentales en los vericuetos de mi cerebro medio podrido y enmarañado.
Resulta que agarré, como santo remedio para mis dolores de cabeza, y borré el celular del muchacho que ocupaba mi energía amorosa. Borré todo rastro, no quedó nada, no hay forma de que pueda llamarlo.
Ahora, sólo hay una forma para contactarme nuevamente con él y es que él me llame. Algo que nunca ocurrirá.
No sé qué me pasa. Pero le preguntaré a mi amigo Eleno, quien posee una mirada más optimista sobre las cosas. Yo soy nuevo en estos trotes. Porque a pesar de que tengo veintisiete años y estoy más cerca de los treinta que de los veinte, me encuentro novel en muchas cosas, porque recién comienzo a salir del huevo uterino de mi casa de mármol, sin haber logrado muchas cosas que ya debería haber obtenido a la edad que llevo.
Y resulta que en estas salidas con Eleno, que no es el mismo amigo que nombre al principio de esta entrada, conocí a un muchacho de veinte años... Y yo, que no quería saber nada con ese sentimiento que nunca conocí en esta perra vida, que es el amor hacía otro; yo, que tan solo quiero despejar mi mente llevando mi cuerpo a la danza, al vino, en resumen a unas castas bacanales, terminé por caer en las redes de esos cabellos dorados que tiene este muchacho… Leandro.
¡Qué tenía! ¡Qué tenía! Mejor hablar en pasado.
Para colmo de mis males cuando lo llamé para vernos por segunda vez me dijo que sí, me dijo que le encantaba la idea de vernos. Y nos vimos. Y la pasamos muy bien. Tan bien la pasé, que no puedo sacarme su imagen de mi cabeza. Fue algo hermoso. Él es hermoso.
Fue un domingo por la tarde, hace tres semanas aproximadamente, y él no faltó a la cita. Vino con sus cabellos ensortijados… sus cabellos al viento, Príncipe libre de estas épocas… Yo noté su libertad y quise saber algo que quizá no se aprende de la noche a la mañana, quizá es algo que se va logrando sin mucha consciencia. Pero siendo yo consciente de mis impedimentos, de mi grado elevado de represión, pienso, ¿no será que también se puede ser consciente del estado de libertad, de la frescura con la que uno puede andar por la vida a pesar de los miles de problemas que pueden acuciar a una persona?
Él me convidó un poquito de esa frescura esa tarde. La segunda y última vez que nos vimos.
Estuvimos en los lagos de Palermo, los parques estaban llenos de gente. Estuvimos tirados en el pasto, hablando. Pensé en un momento que lo aburría y le dije que me iba, entonces comenzó un juego que todavía perdura en mi mente pues nunca lo había yo vivenciado pero si lo había contemplado en los perros. Era un juego animal, un juego ancestral, un llamado a edades pristinas cuando el amor hizo que se juntaran dos seres.
Porque empezó a echarme bufando y como malhumorado.
-Bueno andate- Decía, pero daba a entender que buscaba que me quedara.
- Sí andate, que yo me voy con esa pareja que está ahí- y señalaba a una pareja de mujer y hombre que estaban en estrecho abrazo. – Por ahí me reciben bien.
Lo miré sonriente y el comenzó el juego primitivo de los mamíferos.
- Andate, dale- Decía y me tiraba zarpazos de león. ¡Era como un león con su cabellera de oro desordenada por el movimiento! Y me tiraba tarascones y también me daba pequeños empujones.
- Dale, Andate- Decía y me tiraba su cuerpo y su melena y semejaba este juego al tierno juego de los perros. Sin duda, lo he visto en los perros, que juegan moviendo sus colas arrojándose cariñosamente sobre su compañero e incitándolo a jugar; de la misma forma este cachorro de león se me tiraba encima y daba mordiscones en el aire, acompañandolos de un suave zarpazo. Y no me fui.
Y jugueteamos un poquito más como leones mientras el sol ya se ocultaba tras los edificios y las sombras de los árboles se prolongaban sobre nosotros e inmediatamente, acaricié al león y lo tranquilicé, quedando dócil entre mis brazos… Ahora comprendo que no se puede domesticar un león, que es un acto de traición contra la naturaleza. Más allí lo tenía yo, atrapado ahora en mis caricias… y me quedé dormido y él me abrazó por detrás y enlazamos nuestras manos y apoyé mi cabeza en su pecho leonado y dejamos, sin quererlo, que obrara el silencio del amanecer de las estrellas.
Hubiese querido seguir permaneciendo así… como atrapados en un sueño, petrificados en ese instante de paz… pero había que irse.
Nos despedimos con un beso

Ich habe deine Mund gekust…

Ambos dijimos que aquello fue placentero. Dijimos de volver a vernos… solo que él no llamaba… no llamaba. Después de dos semanas lo llamé. Se alegró por escucharme y también tenía deseos de verme… Quedamos en reencontrarnos nuevamente en el mismo lugar en el que nos despedimos la última vez que estuvimos juntos, pero ese domingo se desató una tormenta y llovió mucho mucho y no pude ver a este principito.
Después, el sábado pasado, salí con mi amigo, ese que nombro al iniciar este posteo, y mientras estábamos en la fiesta, ya ganado por la borrachera, comencé a mandarle mensajes, exaltando su belleza… después de creer que no me iba a responder, me mandó un mensaje… uno solo, preguntando cómo estaba y dónde.

¡Fiestas! ¡Fiestas de este año que se termina! Y mientras tanto una nueva arruga viene a ajar mi rostro de princesa, ¡digo, de príncipe!

Entonces… pensando que, en el fondo, este príncipe no tenía mucho interés en mí, lo dejé libre y me quise empezar a sentir libre, borrando todo rastro de él. Para mi mala suerte, olvidé que lo había dibujado. Sí, realicé algunos bocetos de él y también hice una ilustración con acuarelas en lo que parece una especie de señalador de libros. Por más que quiera liberarme elegí condenarme yo mismo a su recuerdo, perpetuándolo en una bella imagen. No puedo romperla, no puedo borrarla como se borra un número de teléfono, porque sería como negar su belleza. He aquí que perdura en la imagen un fugaz recuerdo. Una nada, un sueño.