sábado, 24 de enero de 2009

Presentación

Sobre el Blog

El material que se presenta en estas entradas son las anotaciones del diario íntimo de mi amigo Hero, que fueron escritas recientemente. Estas entradas presentan un desfasaje porque en una primera instancia fueron escritas en soporte de papel, luego convencí a mi colega que los pasara a un blog, de ahí la no coincidencia de las fechas de publicación entre las entradas del blog y los relatos.
A Hero le encanta escribir, escribe mucho, por eso insistí en que sacara un blog de una vez y para siempre.
No sé si Hero escribe bien pero es un enamorado irremediable y, a pesar que le digo que trate de ver las cosas de otra manera, de cambiar sus visiones infantiles, sigue empeñado en aferrarse a cada persona que conoce. No sé cuánto le durará este rollo que tiene con el muchacho que él llama Príncipe, espero que no le sea tan pesado su recuerdo y lo olvide prontamente. Arrivederci

Lautaro Prado



31 de diciembre de 2008… Se va no más un nuevo año… y sigo, como dijo un amigo el sábado pasado cuando fuimos a bailar, “en la amarga espera”. La charla que mantuve con él ese sábado motivo esto, que yo esté en este momento escribiendo.
Pero hay otra persona que motiva esto y es alguien que conocí hace poco. Mi cabeza no resiste semejante presión de pensamientos sobre la imagen idílica de dicha persona y tengo que descargar una cantidad de energía soñadora en algún lugar porque terminaré por consumirme, más considerando el tiempo que tengo, que propicia todo tipo de posibilidades mentales en los vericuetos de mi cerebro medio podrido y enmarañado.
Resulta que agarré, como santo remedio para mis dolores de cabeza, y borré el celular del muchacho que ocupaba mi energía amorosa. Borré todo rastro, no quedó nada, no hay forma de que pueda llamarlo.
Ahora, sólo hay una forma para contactarme nuevamente con él y es que él me llame. Algo que nunca ocurrirá.
No sé qué me pasa. Pero le preguntaré a mi amigo Eleno, quien posee una mirada más optimista sobre las cosas. Yo soy nuevo en estos trotes. Porque a pesar de que tengo veintisiete años y estoy más cerca de los treinta que de los veinte, me encuentro novel en muchas cosas, porque recién comienzo a salir del huevo uterino de mi casa de mármol, sin haber logrado muchas cosas que ya debería haber obtenido a la edad que llevo.
Y resulta que en estas salidas con Eleno, que no es el mismo amigo que nombre al principio de esta entrada, conocí a un muchacho de veinte años... Y yo, que no quería saber nada con ese sentimiento que nunca conocí en esta perra vida, que es el amor hacía otro; yo, que tan solo quiero despejar mi mente llevando mi cuerpo a la danza, al vino, en resumen a unas castas bacanales, terminé por caer en las redes de esos cabellos dorados que tiene este muchacho… Leandro.
¡Qué tenía! ¡Qué tenía! Mejor hablar en pasado.
Para colmo de mis males cuando lo llamé para vernos por segunda vez me dijo que sí, me dijo que le encantaba la idea de vernos. Y nos vimos. Y la pasamos muy bien. Tan bien la pasé, que no puedo sacarme su imagen de mi cabeza. Fue algo hermoso. Él es hermoso.
Fue un domingo por la tarde, hace tres semanas aproximadamente, y él no faltó a la cita. Vino con sus cabellos ensortijados… sus cabellos al viento, Príncipe libre de estas épocas… Yo noté su libertad y quise saber algo que quizá no se aprende de la noche a la mañana, quizá es algo que se va logrando sin mucha consciencia. Pero siendo yo consciente de mis impedimentos, de mi grado elevado de represión, pienso, ¿no será que también se puede ser consciente del estado de libertad, de la frescura con la que uno puede andar por la vida a pesar de los miles de problemas que pueden acuciar a una persona?
Él me convidó un poquito de esa frescura esa tarde. La segunda y última vez que nos vimos.
Estuvimos en los lagos de Palermo, los parques estaban llenos de gente. Estuvimos tirados en el pasto, hablando. Pensé en un momento que lo aburría y le dije que me iba, entonces comenzó un juego que todavía perdura en mi mente pues nunca lo había yo vivenciado pero si lo había contemplado en los perros. Era un juego animal, un juego ancestral, un llamado a edades pristinas cuando el amor hizo que se juntaran dos seres.
Porque empezó a echarme bufando y como malhumorado.
-Bueno andate- Decía, pero daba a entender que buscaba que me quedara.
- Sí andate, que yo me voy con esa pareja que está ahí- y señalaba a una pareja de mujer y hombre que estaban en estrecho abrazo. – Por ahí me reciben bien.
Lo miré sonriente y el comenzó el juego primitivo de los mamíferos.
- Andate, dale- Decía y me tiraba zarpazos de león. ¡Era como un león con su cabellera de oro desordenada por el movimiento! Y me tiraba tarascones y también me daba pequeños empujones.
- Dale, Andate- Decía y me tiraba su cuerpo y su melena y semejaba este juego al tierno juego de los perros. Sin duda, lo he visto en los perros, que juegan moviendo sus colas arrojándose cariñosamente sobre su compañero e incitándolo a jugar; de la misma forma este cachorro de león se me tiraba encima y daba mordiscones en el aire, acompañandolos de un suave zarpazo. Y no me fui.
Y jugueteamos un poquito más como leones mientras el sol ya se ocultaba tras los edificios y las sombras de los árboles se prolongaban sobre nosotros e inmediatamente, acaricié al león y lo tranquilicé, quedando dócil entre mis brazos… Ahora comprendo que no se puede domesticar un león, que es un acto de traición contra la naturaleza. Más allí lo tenía yo, atrapado ahora en mis caricias… y me quedé dormido y él me abrazó por detrás y enlazamos nuestras manos y apoyé mi cabeza en su pecho leonado y dejamos, sin quererlo, que obrara el silencio del amanecer de las estrellas.
Hubiese querido seguir permaneciendo así… como atrapados en un sueño, petrificados en ese instante de paz… pero había que irse.
Nos despedimos con un beso

Ich habe deine Mund gekust…

Ambos dijimos que aquello fue placentero. Dijimos de volver a vernos… solo que él no llamaba… no llamaba. Después de dos semanas lo llamé. Se alegró por escucharme y también tenía deseos de verme… Quedamos en reencontrarnos nuevamente en el mismo lugar en el que nos despedimos la última vez que estuvimos juntos, pero ese domingo se desató una tormenta y llovió mucho mucho y no pude ver a este principito.
Después, el sábado pasado, salí con mi amigo, ese que nombro al iniciar este posteo, y mientras estábamos en la fiesta, ya ganado por la borrachera, comencé a mandarle mensajes, exaltando su belleza… después de creer que no me iba a responder, me mandó un mensaje… uno solo, preguntando cómo estaba y dónde.

¡Fiestas! ¡Fiestas de este año que se termina! Y mientras tanto una nueva arruga viene a ajar mi rostro de princesa, ¡digo, de príncipe!

Entonces… pensando que, en el fondo, este príncipe no tenía mucho interés en mí, lo dejé libre y me quise empezar a sentir libre, borrando todo rastro de él. Para mi mala suerte, olvidé que lo había dibujado. Sí, realicé algunos bocetos de él y también hice una ilustración con acuarelas en lo que parece una especie de señalador de libros. Por más que quiera liberarme elegí condenarme yo mismo a su recuerdo, perpetuándolo en una bella imagen. No puedo romperla, no puedo borrarla como se borra un número de teléfono, porque sería como negar su belleza. He aquí que perdura en la imagen un fugaz recuerdo. Una nada, un sueño.



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