miércoles, 28 de enero de 2009

VIAJE a Tucumán

Lunes 19 de enero de 2009

Viajé a Tucumán una semana... La última vez que fui a Tucumán tenía veintiún años... y estuve toqueteándome con un muchacho que conocí en un chat... Una experiencia patética. Así que decidí desquitarme un poco del mundo virtual en el que me había sumido durante unos siete años aproximadamente... MMMMmm!!!!!!!!!!! ¡Cuánta hambre se me despertó en Tucumán! ¡Cuántos muchachos con piernas grandotas, grandotas, bien formadas y ejercitadas! Cuando iba al cerro me encontraba con ciclistas o corredores con pantalones deportivos cortitos, cortitos, o calzas bien ajustadas que dejaban ver o mostraban, las formas redondeadas de unas gambas musculosas, belludas algunas, otras lampiñas, pero todas sudadas, con perfume de macho. ¡Y qué mirones son los ciclistas!

No sé, pero en Tucumán me sentí más libre, con ganas de mirar más, más liviano. ¿Será que son estas salidas que ya se hacen costumbre las que me están liberando? ¡Ojalá! ¡Ojalá en adelante las chicas y chicos puedan ser más libres! Sin embargo, en estos tiempos que corren, ya se los puede ver más libres de la mirada del mundo. Eso es algo que me maravilló de la noche tucumana. Uno supone que en el interior del país, alejado de las novedades que siempre vienen y se van en la gran urbe de la capital del país, son más rígidos en la observancia de las costumbres, esto puede tener en parte una certeza, pero eso no significa que la rebelión esté muerta y siempre existan personas que elijan romper con todo lo establecido. De modo que vi mucha loca, mucho plumífero ¡en la Plaza Independencia! ¡Pleno centro de San Miguel de Tucumán! Loqueando de aquí para allá sin importarles nada. Genial. ¡Diez puntos para las niñas tucumanas!

Los primeros días de mi estada en la provincia me la pasé saliendo por la tarde noche a yirar y conocer la ciudad, mirar chicos lindos y ver si alguien me tiraba onda. Así fui conociendo los lugares frecuentados por la gente del palo: la Plaza Independencia, la calle Crisóstomo Álvarez, la vieja estación, y el Parque 9 de Julio. Y luego el cerro San Javier con su espesa vegetación, que se ofrece como refugio a los amantes.

Al segundo día de recorrer las calles conocí un chico, al tercer día conocí otro más. Ambos me dieron datos acerca de los lugares de levante o lugares frecuentados por los gays, y sobre todo me dijeron dónde podía ir a bailar. Existen en la actualidad tres boliches gays en el Jardín de la República: DLC (Dios los Cría), Divas, Club Mix. Parece ser que DLC es el menos querido de todos en cuanto a su aspecto edilicio, esto lo digo por algunos comentarios. Divas le sigue en popularidad y Mix es el que goza de mayor prestigio. Tan solo conocí DLC. Asistí al boliche en dos oportunidades y me pareció un lindo ambiente, aunque muy cerrado. Socialmente el ambiente es casi impenetrable, por lo menos es la primera impresión que manifiesta, puesto que asiste un gran público puber compuesto por una mayoría de niños y niñas que no llegan a los veinte, aunque los hay hasta los veintidós, aproximadamente, y, a los de veintisiete como yo, ya los consideran viejos chotos.

Se conocen todos por el metroflog, por fotolog, de esta forma se armaron grupitos, pero todos, en definitiva, son conocidos.
El jueves 15 de enero, por la noche, fue mi primera excursión al boliche y a la fuerza me hice amigos temporales: Ximena, con la que conocí al resto de la banda flogger y con la que me mensajeé cuando ya me volvía para mis pagos; el chileno, un chico que obviamente era de Chile y estaba parando en Tucumán; Marcelo, sobreprotegido por Ximena; Juan, un salteño vivillo que mascaba hojas de coca; La Mariposa y Sandino, dos chicos que se travestían; Fernando y Cristian, dos amigos; Coqui, o como no le gustaba que lo llamaran: Blondi. ¿No es un lindo apodo Blondi? Le dije, a este chico hermoso, jovencísimo, de un metro ochenta y algo, rubio, que Blondi era un muy lindo apodo y le quedaba muy bien. Él me decía que no le gustaba pero cuando le dije que había una cantante que le decían Blondi, el sobrenombre comenzó a sonarle de otra manera. Blondi, Devi Harry, la cantante que ya tiene la garganta como un colador y que ni puede cantar el arroz con leche y que, la vez que vino a Buenos Aires, estaba de vuelta, hecha bolsa y cantaba que parecía necesitar un pulmotor y una bolsa de suero. Pero Blondi es un ícono del rock. A los artistas hay que recordarlos en las buenas. Espero que el muchachito se decida por llevar ese apodo que le sienta bien... porque, aunque no lo quiera, los apodos se imponen.

Después esa misma noche conocí a Fernando y Cristian. Yo lo piropeaba a Cristian, es que tenía unos ojazos de un brillo terrible. Después supe que eran lentes de contacto. En el fondo de mis sentidos, sus ojos me llamaron la atención pero me detuve en la figura del muchacho: en su pelo; en su nariz; en las facciones del rostro; en su corta estatura; en su boca. De hecho sus ojos me parecían agresivos y horrendos, como el de las serpientes. Era el brillo chillón de la mirada lo que me pescó para detenerme en su verdadera belleza.
Al salir del lugar –la noche de los lugares de jolgorio tucumanos termina a las cuatro de la mañana debido al asesinato de una muchacha cuyo victimario o victimarios se desconocen – todo el mundo partió para la Plaza Independencia donde comenzaron a loquear. Yo no paraba de molestar a Cristian que no le disgustaba mi chamullo. De aquí para allá andaba la Reina de las Locas, un lindo chico, gordito, alto, de unos veinte o veintidós años, que en el boliche y en la plaza se la pasaba tirando sus plumas; un muchacho de presencia simpática, un personaje cuyo nombre no recuerdo.
En medio de mi zalameo al cuello de Cristian, recibí un mensaje de texto de Ximena preguntándome cómo me había ido. Respondí que bien y luego recibí otro de sus mensajes invitándome a pasar por su casa donde se encontraba con sus amigos. Los invité a Fernando y a Cristian y para allá nos mandamos. Nos encontramos en la puerta con Ximena que sacó unas sillas y nos sentamos en la vereda de la calle empedrada bajo la noche de verano.
Estaban con nosotros Marcelo y dos chicos más. Muy pronto comencé a notar que quedaba afuera de la charla. Juventud... Ximena hablaba mucho con Cristian y Marcelo parecía interesarse por él. Hablaban de temas musicales que desconozco, hablaban de sus cosas, de su mundo, y me pareció genial. Me sentía como la Mariscala en el final del acto tercero del Rosenkavalier. “La juventud” “Si, si” dice la Mariscala, mientras se retira de la escena con tranquilidad, resignación, pero con mucha paz interior. Así me sentí yo. Ya no me va bien andar entre las rosas. ¿No es hermoso que las mariposas busquen las rosas? Que los jóvenes busquen a los jóvenes. Este sentimiento de asunción de lo que soy me trajo tranquilidad. Y comencé mi lenta retirada y me alegré de verlos hablar. Me alegré de ver como Marcelo poco a poco, a medida que Ximena le sacaba palabras al tímido Cristian, se iba enamorando de este, comenzaba a interrogarlo para saber más de él. Eso fue amor. ¡Yo estuve en ese instante! ¡Yo vi cuándo Eros flechaba el corazón de ambos muchachos! ¿No es eso un regalo de los dioses? ¿No es hermoso presenciar un hecho tan grandioso como el afecto que se despierta de pronto entre dos personas? Es como ver los brotes en las ramas de los árboles después del triste invierno.
A veces las imágenes estancadas son las más fieles para expresar sentimientos universales.

La segunda noche que fui a DLC conocí a Blondi y también a Yuthiel. Este era un chico hermoso. Con él transé, le di afecto, de palabra y de hechos. Necesitaba que le dijeran que era hermoso. ¿Cómo puede ser que los hermosos necesiten que les digan lo bello que son, que los hermosos no crean en la atracción que despierta su belleza? Con Yuthiel bailé, transé... lo llené de nombres amorosos, de palabras bellas para sacarlo de la sombra que lo cubría. Cuando nos despedimos, lo inevitable, estaba lagrimeando. Lo consolé y le pedí que me escribiera. Deseo que se levante como el príncipe que es y camine más seguro, no es bueno que un príncipe joven y hermoso cargue con un peso que no debería llevar ningún muchacho. Me fui a acostar. El lunes viajaba de regreso a Buenos Aires. Pensé en Leandro, el príncipe leonado, durmiéndome con cierta tristeza... ¿Por qué Eros juega así con los enamorados?

No hay comentarios:

Publicar un comentario