lunes, 26 de enero de 2009

PRIMERA salida para olvidar.

16 de enero de 2009
A las diez de la noche nos encontramos en el tren rumbo a La Plata, ciudad soñada. Primer lugar del itinerario que estaba dispuesto a seguir para olvidar a una persona que mi boca no nombra por restarle importancia –en adelante lo llamaré X. Pero la idea de hacer un mini tours por el circuito bolichero gay con mi amigo y comparsa Eleno venía de antes de conocer a X, y había surgido como reparación ante mis años de enclaustramiento principesco. Yo había salido en otras ocasiones pero conocía dos o tres lugares. Ahora quería salir durante el verano y el calor estival, que son, como también piensa Eleno, momentos propicios para la diversión. ¿Y no es así?

¡Ah, el verano! ¡La juventud! ¡Las noches diáfanas de lunas llenas! Como este viernes, 16 de enero de 2009, en el que se estampa en el cielo una luna, como alguien dijo en algún poema o canción, grande como geniol o aspirina. Y la poca ropa que lleva la gente en verano... Los muchachos y los hombres que lucen sus cuerpos torneados... y los que no tienen vergüenza y muestran sus cuerpos sin un músculo, que son igualmente bellos. Como yo, que no tengo un gramo de carne en mis huesos. La propensión que genera el verano al poco uso de la ropa es lo que más me agrada porque puedo notar la sensualidad de las personas. Hay quien la tiene y hay quien no la tiene. En mi caso no poseo sensualidad, soy un ser bastante soso e insulso, quizá por eso, agudizo mis ojos y puedo notar en qué parte del cuerpo, cada persona individual, focaliza su sensualidad.

Lo primero es la mirada. No hay cosa más sensual que una mirada... sensual, por decirlo de alguna forma. O una sonrisa con la misma intensión. Pero por lo general la sensualidad se escapa al dominio de la persona. Quiero decir que la persona no medita en que “haré esto para atraer al otro”, pues resulta que en lo que menos repara de sí mismo es donde aparece la sensualidad, ya que ésta es espontánea. Un ejemplo.
El chico X, que había conocido, me atrajo con sus cabellos. Lo primero que hizo que mis ojos volaran hasta él como una flecha, fueron sus cabellos. Pero su cabellera enrulada, indómita, estaba recogida. Tenía un rodete por detrás de su cabeza que mostraba su cuello; un rodete que dejaba ver sus orejas y su rostro blanco; un rodete que en definitiva domaba su pelo. Y fue lo primero que provocó el vaivén de mis ojos cuando pasaba delante de mí: su pelo atado.
De pronto me atraía, me carcomía el deseo de saber cómo eran aquellos cabellos sueltos; para quién soltaría esos cabellos; quién lo pudiera ver con su cabellera dorada al viento; quién pudiera hacerle una trenza de su melena para traer ese león a su regazo.
Y cuando le dije, en el parque, que sus cabellos atados estaban cargados de sensualidad, me dijo que no había meditado en ello, pero que podía percibir lo que le planteaba. Y es que la sensualidad, ese condimento que vuelve atractiva a la persona, es algo misterioso, natural, espontáneo y no pensado. Gocé mucho enredando mis dedos en sus cabellos sueltos. Con solo eso sentí un gran placer. Y también una gran pena, sabiendo que yo no estaba destinado a desanudar sus cabellos, y es que a veces hay que asumir que las personas no nos pertenecen.

El verano trae esta sensualidad, como el otro muchacho que muestra solo los hombros, que habían permanecido ocultos durante el largo invierno. Como un renacer de lo vital. Hasta las mariposas se aman en el verano. Todo parece latir en el verano, de modo que salimos, junto con Eleno, rumbo a la Juana, uno de los dos boliches que actualmente abren sus puertas al mundillo gay en la ciudad de la Plata.
Mientras cuento esto el geniol del cielo ya desaparece de mi ventanal. ¡Qué rápido pasa todo cuanto pasa! ¿No?
Eleno está casado con un muchacho que vive cerca del mar. Siempre hay problemas con la gente del mar, parece que va y viene y no tiene un destino fijo, sin embargo Eleno y su marinero están enamorados. ¿Es imposible? Pregunto, porque todo el mundo dice que los gays tienen un alto porcentaje de infidelidad en las estadísticas que se enumeran cada noche en las charlas de personas descreídas en el amor. ¡He aquí que no está todo dicho amigos!
Eleno y yo salimos a bailar y a divertirnos, y pasamos una noche genial. Tomamos un montón y también nos reímos.
Cuando viajábamos en el tren iban en el mismo vagón, tres asientos atrás nuestro, un grupete conformado por dos plumíferas y dos chicas. Una de las plumíferas le gustaba llamar mucho la atención provocando de una manera despectiva. En otro momento hablaré sobre mi preferencia hacia la gente plumífera pero mi desavenencia con actitudes que nada tienen que ver con la rebeldía. Porque esta plumífera, me refiero a uno de los chicos afeminados, era muy discriminadora, cosa que me parece nada tiene que ver con la rebeldía. ¿Y yo me pasé tanto tiempo encerrado en mi casa y padecí tanto en la secundaria la mirada y la palabra discriminadora del día, soporté el machismo –¡y todavía hay que aguantarlo!- de esta sociedad, para que venga una plumífera, una loca de mi misma categoría, a tirar indirectas bastantes directas acerca de mi aspecto? ¡Dónde quedó el gay rebelde! Está chupando pijas en un baño de macdonals... me dijo una vez un empresario de una conocida multinacional que profesa la filantropía.
Para colmo lo que dice Eleno es verdad… “no se dio cuenta esta –por la plumífera- que no le van a dar bola con esa actitud de loca. Ya pasó de moda”. Por mala suerte Eleno.
Pero no quiero ahondar en la actitud que siguió manteniendo este ser plumífero ¡hasta en el boliche!, sino decir que, gracias a él, encontramos el camino de las lozas amarillas que nos llevaban hasta la Juana. Porque Eleno había perdido la tarjeta en la cuál figuraba la dirección del lugar, de modo que deducimos que los pasos del grupete buscaban el mismo destino que nosotros, y nos pusimos a seguirlos por detrás. Efectivamente, nos guiaron hasta el lugar y yo comencé a sentir una profunda decepción. “¿Esto es la Juana? ¿Una guardería? Está lleno de chicos… de chicos chicos. Parece una matiné” No tengo nada contra los niños... Pero ¿no dice el refrán, el que se acuesta con niños amanece mojado? ¿Por qué lo dirá? Hay que suponer que alguna razón tendrá. Y no me gustaría tener que cambiar mis sábanas por la mañana justo cuando uno quiere permanecer un poquito más en la cama por la modorra que da el levantarse.

Además me encontraba tratando de olvidar a X, aunque siempre había algo que me lo recordaba y la edad de aquellos párvulos era una de esas cosas y, por sobre todo, que ninguno me atraía como lo había hecho el príncipe leonado. Otra vez con adolescentes, NO. Pero a pesar de mi disconformidad en el ambiente juvenil de la Juana, conforme pasaron las horas comencé a notar cosas positivas... Este lugar es un espacio ganado por los más jóvenes. ¿No está bueno que así sea? Había muchos grupitos de chicos y chicas, y mixtos, que hablaban y se conocían entre sí. Este era su mundo y estaba bueno que así sea. Un mundo en el cuál no tenemos que entrar los más grandes, ni los más grandes de los más grandes, ni los más viejos de los más grandes. Me pareció que era en cierta medida comprensible, así como debe haber otros lugares en los que exista mayor variedad en las franjas generacionales, que exista un lugar mayoritariamente para niños (Esto no cabe dudas cuando te ponen temas de “Casi Ángeles”, esa serie televisiva destinada al público teenager). Y esto quizá produzca el ambiente de inocencia o de pureza que tanto me gustó.
Es otra de las cosas que me agradó del lugar: que no fuera un r-e-v-i-e-n-t-e. ¡Qué bueno que la gente venga a divertirse y no a copular en cualquier lado! Que, hablando mal y pronto, como suele decirse cuando uno dice una grosería, la promiscuidad es más de lo mismo en lo que se denomina el ambiente gay. Por lo menos acá había un caso que se salía del circuito de boliches destinados a la diversión programada, que rompía con la idea de noche gay= desenfreno.
Debo decir que esa aura de pureza me encantó y me dio muchas más ganas de divertirme. Así que nos la pasamos bailando... Aunque de vez en cuando pasaba por mi mente la imagen de un príncipe X... Entonces, cuando eso sucedía buscaba con la mirada los ojos de algún muchacho que se interesara por mí para ver si podía olvidar de una vez y para siempre. Y encontré que había un chico que me gustaba.

Estábamos en la barra con Eleno, tomando unas cervezas y de pronto aparece de la multitud este chico hermoso, que no es príncipe, pero es muy hermoso y se pone enfrente nuestro a pedir unos tragos. Yo le miré y el me miró fugazmente. Luego Eleno se da cuenta que lo conocemos de otro lugar llamado “cero a la derecha”, donde conocí a mi alteza real. El chico nos reconoció y nos saludó. Habló con Eleno y después se despidió de nosotros. Ahí se va mi posibilidad de olvido, me dije.
Después, bailando, lo vimos. Eleno me dijo que este muchacho tenía onda conmigo... ¿Conmigo? ¡Si estoy muy baqueteado para la edad que tengo! En fin, nos lo cruzamos y nos dijo que se iba y saludó a Eleno y cuando se iba a despedir de mí… Me voy porque mi amigo se siente mal, me dijo, y tengo que acompañarlo. Pero me quiero ir con un beso tuyo de despedida. Y nos besamos en la boquita... Pero yo sentí que ese beso no era real. Era como un beso de alguien hermoso, un beso adornado, pero no era un beso sincero, adornado pero vacío. Bueno, andá, le dije, tu amigo se siente mal y te está esperando, le dije para saber si en verdad quería irse. ¿No te gusta que te bese? Me preguntó. Yo mirándolo a los ojos le dije, sí, me gusta mucho, pero tu amigo está descompuesto... ¿Lo vas a dejar solo? Lo que quería saber era si él también disfrutaba besándome, ya que si a alguien le gusta una persona la busca y, cuando la encuentra, quiere permanecer junto a ella o por lo menos le pregunta el nombre o le pide el número de teléfono o lo lleva a algún lugar más trancuilo. El besarse duró menos de un minuto. Y se fue.
Y yo recordé, aún después, cuando viajaba en el tren, volviendo a mi casa, y después, esperando el colectivo, pensé, en esos tiempos libres, en el príncipe que pasó como un rayo de color dorado tocándome con su calor de astro del día; pensé en cuando casi nos fuimos por ahí, porque había olvidado a sus amigos por mí; pensé en donde, bajo la sombra de los árboles, en una tarde soleada, las personas y el mundo d-e-s-a-p-a-r-e-c-i-e-r-o-n ante nosotros y solo estábamos nosotros. Nuevamente mi mente había fracasado en la tarea del olvido porque me acordé de Leandro.

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